Esta entrada se la dedico a mi paisa,
Por ser parte de esta pareja especial
Y sobretodo por ser una buena amiga
Que siempre está ahí cuando la necesito
Y cuando no
Que siempre está ahí cuando la necesito
Y cuando no
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Niego con la cabeza totalmente
consciente de que él no está viendo ese gesto a través de esos cristales azules
que tiene por ojos pues desde que ha empezado a hablar parece como si quisiera
evitar mi mirada. Lo noto. Es como si fuera un cachorro asustado que mira hacia
todos lados menos hacia el peligro, como si no fuese capaz de afrontarlo. –
Asier… - Jamás antes en la vida he llegado a creer que pronunciar el nombre de
otra persona o el hecho de que esa persona diga mi nombre me pudiera provocar
ese hormigueo que ahora nace en mi estómago y una extraña felicidad
inexplicable que no parece tener un origen concreto, simplemente está ahí.
Ahora vuelvo a tener sus ojos clavados en los míos, de una forma muy directa. –
No es culpa de la resaca del otro día. Estás siendo sincero y… cuando eres
sincero después de mucho tiempo te hace sentirte extraño, no es tan raro… - Llevo
una de mis manos hasta su barbilla tomándosela y alzándola ligeramente haciendo
de esta manera que tenga que mantener el contacto visual conmigo. Probablemente
mi mano está helada al tacto debido al frío de la noche pero tengo la sensación
de que ese detalle no es que sea muy importante. – Me gusta que hayas sido
sincero conmigo… - Sonrío. Sé que está siendo sincero, que todo lo que acaba de
salir de su boca no es ninguna mentira, que es lo que piensa. No sé por qué,
pero lo sé. – Pero, sólo yo decido sobre mis decisiones y…, creo que te mereces
una oportunidad. Quiero confiar en ti y… en que todos estos encuentros
fortuitos que hemos tenido significan algo… Siempre y cuando sientas lo mismo.
– Acabo murmurando sin apartar la mirada de esos ojos azules que me hacen
sonreír otra vez al tiempo que refreno ese deseo y la necesidad de acortar la
distancia como si realmente necesitara ese contacto con el francés más que
cualquier otra cosa en este momento. Estoy tan nerviosa que se me escapa una
risa nerviosa de entre los labios.
Todo el calor de mi cuerpo
parece subir hasta mis mejillas cuando noto como sus manos las dibujan. El
contacto de la palma de sus manos y sus dedos en mi rostro y alguno de mis
mechones castaños que se han quedado entrelazados de alguna manera entre sus dedos
consiguen que ese cosquilleo nervioso en la boca de mi estómago se instale allí
de forma permanente haciendo que sienta incluso como si estuviera flotando en
lugar de tener los pies firmemente instalados sobre la cubierta del barco. La
calidez de sus manos parece mezclarse con el calor que desprenden mis mejillas
debido al sonrojo que me ha producido el hecho de que ha puesto sus manos
cálidas (cosa que me sorprende) en mis mejillas. – Eres increíble Valerie… No
quiero decepcionarte. – Pronuncia al tiempo que siento como hace un leve
movimiento con uno de sus pulgares, acariciando mi mejilla. La sonrisa que ha
desaparecido debido a la sorpresa vuelve a aparecer después de aquellas
palabras que me dedica. ¿Increíble? ¿En serio? No soy más que una doncella, o
eso he sido durante muchos años.
- Si no quieres no lo harás.
Tengo fe en ello. – La fe. La esperanza. Son dos cosas que siempre he
depositado en las personas y las diferentes situaciones por las que he pasado
en la vida. Sé perfectamente que va a pasar, lo que se avecina cuando la
distancia entre nuestros rostros vuelven a recortarse. Lo deseo tanto, lo
necesito con una fuerza tan sobrenatural… quiero volver a sentir sus labios
contra los míos, cosa que no tarda en suceder. El deseo que hay implícito en la
forma de besarme lejos de asustar me emociona, me llena. Consigue que mi
sistema se acelere, que dentro de mi cuerpo un calor nazca en mi pecho y se
extienda hasta cada uno de los rincones de mi cuerpo, llegando incluso a las
puntas de mis dedos. No puedo evitar responderle con la misma intensidad y con
el mismo desespero que me ha invadido, con ese deseo tan implícito. Siento su
respiración agitada, la oigo y siento el cálido aliento del joven embriagarme
de una forma extraña y agradable como si de alguna forma quisiera fundirme con
él.
- Estamos locos. – Me dice
entre jadeos despegando su rostro del mío. Siento como apoya su frente contra
la mía y no puedo evitar un amago de risa que sale de entre mis labios. Sí,
posiblemente mucha gente podría pensar eso. Mucha gente podría tacharnos de
locos y dementes en este preciso instante, sobretodo la gente que me conoce
desde que no medía más que dos palmos. Gente como mi padre y mi hermana, pero,
¿quién puede definir en sí la palabra locura? ¿Quién puede decir que una
persona está mentalmente sana y otra está loca? ¿Cómo se diferencia? ¿Cómo se
sabe? Sí, posiblemente estemos locos. Posiblemente esté demente perdida en este
momento, pero es un momento y una situación que no cambiaría por nada en el
mundo.
- Eso me temo – Digo sin
borrar esa sonrisa que permanece en mi rostro – Has perdido la cabeza… ¡Hemos
perdido la cabeza! – Corrijo en el último momento - ¡Estamos completamente
locos! Pero te diré un secreto… - Bajo la voz como si temiera que alguien vaya
a escuchar lo que voy a decir a pesar de estar solos en cubierta. – Las mejores
personas lo están.
No sé como lo hace sin
separarse de mí, pero se quita el abrigo que lleva sobre la ropa y me lo coloca
sobre los hombros antes de que sea incluso capaz de reaccionar. – No… - Estoy
sorprendida, pero mi frase se queda cortada y en el aire cuando sin previo
aviso noto que me toma de la cintura, que mis pies dejan de sentir la cubierta
bajo ellos y que en un visto y no visto me encuentro sentada sobre la
barandilla del barco. Me viene la imagen de Elizabeth a la cabeza y su pánico a
las alturas. Me la imagino por un momento y lo histérica que se pondría de
estar ahora en mi posición, en mi piel. Yo por el contrario me siento
tranquila. Sí, tengo los latidos del corazón desbocados y la respiración y el
pulso agitados, pero desde luego no es por estar sentada en la barandilla a
merced del mar. Me siento segura porque noto como sus manos me sujetan con la
suficiente fuerza como para no dejarme caer hacía atrás. Aún así me abrazo a su
cuello con mis brazos, sintiendo el tacto de la bufanda que lleva a su
alrededor.
- Estás loca especialmente tú.
¿A quién se le ocurre salir así por la cubierta? – Sonrío. No puedo evitarlo,
es como si fuera lo único que soy capaz de hacer en este preciso momento
mientras mis dedos rozan esa bufanda a cuadros que lleva.
- Tenía pensado tomar el aire
unos minutos y volver adentro. Nadie me había advertido de que me encontrarías.
Me hubiese vestido más decentemente en ese caso. – Digo medio en broma medio en
serio al tiempo que sus palabras vuelven a inundar mis oídos, una vez más,
mientras mis ojos siguen fijos en los suyos. Azules como el cielo.
- Pero me gusta tu locura, me gustas
tal y como eres, quiero que este momento sea eterno. – Una sonrisa aflora en
mis labios. Una que parece ya eterna en mi rostro e imperturbable, imborrable.
Un momento eterno. ¿Quién no ha soñado en algún momento de su vida con parar el
tiempo en ese instante en que siente que puedes rozar el cielo? – Yo también lo
quiero así… - Alcanzo a susurrar.
- Tu est très belle – Mi nivel
de este idioma no es el suficiente como para saber que me acaba de decir, pero
la última palabra la he comprendido y hace que la sonrisa que aún sigue en mi
rostro se ensanche incluso cuando volvemos a fundirnos en un nuevo beso.
Si me hubiesen dicho hace una
semana que me iba a sentir atraída cual imán por un francés de ojos azules y
que cometería el impulso de besarle en la cubierta del buque de los
sueños…Bueno, habría calificado a aquella persona de loca.
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