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miércoles, 6 de mayo de 2020

My Heart is like an Open Book

Todo el calor de mi cuerpo parece subir hasta mis mejillas cuando noto como su mano se posa sobre mi mejilla consiguiendo que las mariposas que revolotean nerviosas en la boca de mi estómago se instalen allí de forma permanente, haciendo me sienta incluso como si estuviera flotando en lugar de estar con los pies en la tierra – figuradamente hablando, por supuesto. La leve caricia en mi mano y notar ese leve movimiento con su pulgar, acariciando mi mejilla, hace que una sonrisa se instale en mis labios. Sé perfectamente que va a pasar, lo que se avecina cuando la distancia entre nuestros rostros se va acortando. Lo deseo tanto, lo necesito con una fuerza tan sobrenatural, quiero sentir sus labios contra los míos y esas sensaciones que provoca algo que parece tan simple como un beso.

El contacto de nuestros labios, suave y delicado, consigue que mi sistema se acelere, que dentro de mi cuerpo un calor nazca en mi pecho y se extienda hasta cada uno de los rincones de mi organismo, llegando incluso a las puntas de mis dedos. Como si una bombilla se encendiese en mi corazón e iluminase todo mi cuerpo con su luz y su calidez.

Es apenas un beso y aun así siento mi respiración ligeramente entrecortada cuando me separo de él unos centímetros, los justos para poder clavar mis ojos verdes en los suyos de una tonalidad tan parecida a la mía, y sentir su cálido aliento embriagarme de una forma extraña y agradable como si de alguna forma quisiera fundirme con él. Apoyo mi frente contra la de él antes de que mi propia mente vuelva a lo que él acaba de decirme. – Nadie debería sentirse así en una relación, nunca deberíamos sentir que no somos suficientemente buenos para la persona a la que queremos… - digo en un murmullo mientras por mi cabeza pasan mis propias experiencias pasadas. – No es exactamente lo mismo, pero… yo siempre sentí que no merecía que nadie me quisiera y que por eso nunca conseguí una familia. -  y ese sentimiento aun duele, el sentir que nunca vas a ser suficiente para que alguien te permita entrar en su vida. Por eso mismo cuando me ofrecieron una familia me lancé de cabeza, porque era justo eso que había estado buscando toda mi vida y aunque él ya no está, su familia sigue estando ahí para mí, apoyándome y animándome a seguir con mi vida.

Me permito unos segundos de silencio, de simplemente disfrutar la cercanía y las sensaciones que me recorren, esas mismas que creía que ya no volvería a sentir “Ni siquiera pensaba que necesitase a alguien como él en mi vida, pero supongo que esa es otra de las particularidades de la vida, nunca sabes que necesitas algo hasta que la te lo planta ante tus narices.” Esbozo una sonrisa ante el recuerdo de mis propias palabras plasmadas en un papel y arrojadas al mar antes de darme el lujo de volver a acortar las distancias y besarle esta vez yo a él aumentando ligeramente la intensidad como si quisiera transmitir todo con ese gesto. Cuando me separo nuevamente de él, le miro unos segundos con la sonrisa aun en el rostro antes de rodearle el cuello con mis brazos y fundirme en un abrazo con él, hundiendo mi rostro en su cuello de modo que soy capaz de aspirar el aroma que emana de su piel.

A veces un abrazo, un beso, un gesto que a la gente le puede parecer muy nimio transmite muchísimo más que todas las palabras que podamos expresar en voz alta, porque al final las palabras se las puede llevar el viento con muchísima facilidad, pero los gestos quedan grabados en el alma de las personas y yo en este momento sentía que tenía que darle un abrazo, pero no un abrazo cualquiera, no, uno de esos cargados con todo lo que sientes hacia esa otra persona y no puedo evitar preguntarme si es capaz de notar lo acelerado que está mi corazón dentro de mi pecho.

Dicen que el amor es esperanza, que alimenta nuestros sueños más profundos y que si estás dispuesto a amar, tienes que disfrutarlo, porque el amor no siempre dura para siempre. ¿Estoy dispuesta? ¿Lo estoy pese a saber que la propia vida te puede quitar todo ese amor y destruirte una y otra vez? Sí, estoy dispuesta.


lunes, 20 de abril de 2020

When you walk through a storm


- Deberías descansar más, vas a enfermar Mia… - sé que tiene razón. Demasiada. Desde que lo perdí no he vuelto a dormir con tranquilidad. Me siento como una auténtica fracasada por no ser ni capaz de poder hacer algo que es natural en una mujer. – Podemos volver a intentarlo, ¿sabes?

- Lo sé… - digo al tiempo que apoyo el codo en la ventanilla y miro a través del cristal. Las farolas alumbran perfectamente nuestro alrededor y mis ojos verdes son capaces de ver las siluetas de las casas junto a las que pasamos. – Es solo que…

- Mia… Le pasa a más mujeres. No tienes que sentirte mal, posiblemente le pasara algo. La naturaleza es sabía cariño… - me mira unos segundos y la sonrisa que esboza cuando vuelvo la mirada hacia él, hace que mi corazón se agite levemente dentro de mi pecho. La mano que hace unos segundos estaba en la ventanilla, acaba en mi cuero cabelludo mientras me revuelvo el pelo. – Sólo quiero que descanses…

- Lo haré, te lo prometo.

- Sabes que te quiero, no me importa que... – Lo sé y eso es importante, al menos para mí, ¿qué más da todo lo demás? Mientras él me quiera y esté a mi lado, lo demás realmente no importa. Lo demás es secundario. Esbozo una pequeña sonrisa.

- Yo también te quiero Jack.

Sonríe.

Y en este momento no lo sé, pero es su última sonrisa. Sus últimas palabras, pues de la nada una luz me ciega por completo. Los faros del otro coche que se dirige hacia nosotros y acaba chocando contra el lado del conductor y arrebatándole la vida a mi ángel de la guarda.

¿Sabes lo más curioso? Creo que lo sabía, pues en un acto reflejo, antes de todo el estruendo, antes de que la luz se nos echase completamente encima, me toma de la mano.

La cabeza me duele horrores. Noto un pinchazo incesante en alguna parte de la misma aunque no sé localizar el lugar exacto del dolor. Me siento entumecida, la mente borrosa y un ruido incesante y agudo empieza a taladrar mis oídos. ¿Qué ha pasado? Me cuesta enfocar la mirada, es como si mis ojos tuvieran una especie de neblina a mi alrededor, hasta que me doy cuenta de que en realidad esa neblina es parte de lo que está saliendo del coche.

El coche. Las luces cegadoras. Jack.

Como si me hubieran dado una descarga eléctrica, reacciono con rapidez volviéndome hacia Jack. Su rostro cubierto de sangre hace que me empiece a temblar el cuerpo entero. A duras penas consigo quitarme el cinturón de seguridad antes de acercarme a él y sacudirle con suavidad. – Jack…, Jack… ¡Maldita sea Jack, despierta! No me dejes… No me dejes… ¡Maldita sea, despierta! ¡No puedes dejarme sola! ¡Jack! – el pánico empieza a apoderarse de cada centímetro de mi cuerpo y de mi mente. Noto la sangre caliente en mis manos, bajando la mirada hasta ellas. Tiemblan y mis ojos tiemblan al ver ese rojo carmesí en ellas.

Muy a pesar del pánico que me invade, muy a pesar de que desearía seguir sacudiendo a Jack para despierte, mis manos ensangrentadas buscan mi bolso y sacan el teléfono móvil. Se me cae un par de veces al suelo mientras intento desbloquearlo, antes de ser capaz de marcar 9-1-1.

- 9-1-1, ¿cuál es su emergencia?

- Mi…, hemos sufrido un accidente y mi… mi marido no responde. – consigo verbalizar mientras con la mano que tengo libre sigo sacudiéndole en un intento de que responda.

- Tranquila… ¿dónde se ha producido el accidente? – ¿Tranquila? ¿Cómo quieren que esté tranquila? Tiemblo descontroladamente, pero aun así mis ojos se vuelven hacia el exterior. Algunas luces en las casas cercanas que antes estaban apagadas se han encendido y aunque pueda parecer una locura, consigo decir la calle en la que nos encontramos. Lo siguiente que me dicen es que van a mandar unidades hasta el lugar y yo suelto el teléfono que cae entre mis pies, sin importarme realmente que pase con él.

- Jack… - mi voz se convierte en una súplica, un gemido de dolor emocional que me desgarra incluso la garganta. – Vuelve, por favor… ¡Jack! – el grito desesperado que sale de mi boca me resulta irreconocible. Nunca he sido una persona que pierda los papeles o la calma, pero esta situación me está desbordando. Oigo ruido a mí alrededor y como alguien abre la puerta del copiloto y me toca el brazo.

- Señorita… ¿se encuentra bien? Tiene que salir de ahí. – no soy capaz de contestarle. Mi rostro es un mar de lágrimas. Mis manos están completamente manchadas de sangre y soy consciente de que parte de la ropa que llevo puesta está igualmente impregnada de su sangre. El hombre que se ha acercado me insta a salir y aunque me resisto, aunque grito que no repetidas veces, al final él es más fuerte que yo y me saca del coche mientras siento que mi mundo entero se tambalea.

lunes, 15 de febrero de 2016

Stop the Clocks [Fragmento]

11 de abril de 1912

Tenemos que bajar hasta la cubierta F para llegar al comedor donde parece que este prácticamente todos los pasajeros de tercera clase reunidos. Mi corazón da un vuelco de pronto y no puedo evitar todo el comedor a mi paso mientras vamos andando. Toby pensará que estoy buscando lo mismo que él: a James. Nada más lejos de la realidad. Lo que están buscando mis ojos es al muchacho de ojos azules y acento francés. Tengo el corazón acelerado, noto sus latidos dentro de mis oídos y como un cosquilleo me recorre el cuerpo entero. Me estoy poniendo nerviosa, me estoy alterando y sólo rezo para que mi amigo no se dé cuenta. Cierro los ojos un momento sin parar de andar y sin miedo a chocarme con alguien y cuando los abro ahí está. Está a unas cuantas mesas de distancia hablando con Alice, la melena oscura de la muchacha se mueve con su gesto de negación y puedo ver la frustración en la cara del muchacho. No puedo quitarle los ojos de encima, no puedo apartar la mirada de ese rostro, de ese cejo fruncido y de esos labios que se mueven con rapidez mientras reprende a su hermana. Es entonces cuando levanta la vista y nuestras miradas se cruzan. Mi corazón se para durante un segundo dentro de mi pecho. El sonido de la gente a mi alrededor parece haber desaparecido, el comedor de tercera clase del Titanic también, como si en ese momento sólo existiéramos nosotros dos y nuestras miradas fijas la una en la otra. Es un momento mágico que deseas que sea eterno. Tengo el impulso de acercarme hasta él y sentarme a su lado, quiero conocer más de esa mirada llena de secretos, quiero que se abra a mí…

- ¿Val?

Toby me devuelve a la realidad y rompo esa conexión con Asier. Un frío extraño me recorre el cuerpo mientras mi mirada pasa a la de mi amigo que se me ha quedado mirando. Es la segunda vez que me voy a otro mundo en su presencia en menos de media hora. Seguro que si me pasa alguna vez a lo largo del día lo achacara a que no he dormido bien y me mandara al camarote.

- Perdona, pensaba que había visto a James. Lo siento.

Sigo caminando e incluso adelanto a Toby con toda la intención, puesto que sé que así dejará de mirarme de aquella manera, como si le estuviera ocultando algo y yo dejaría de sentirme tan culpable. ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué sentía esa culpabilidad? Hubiese deseado darme la vuelta y buscar nuevamente al francés con la mirada pero mi impulso se vio frenado por mi conciencia que me decía que debía seguir caminando en busca de James.

- ¡Valerie! ¡Tobías! – la voz del hombre llegó hasta nosotros haciendo que ambos dirigiéramos los rostros hacia el origen de la misma. Allí estaba en una mesa con unos cuantos asientos vacíos a sus lados y frente a él. El resto de la mesa estaba ocupada por pasajeros que ya habían empezado a desayunar. Tampoco es que tengamos mucho por donde elegir aunque para nosotros todo lo que se presenta ante nuestros ojos se asemeja a un banquete. Arrugo la nariz cuando veo los arenques ahumados y antes de que me entren náuseas, tomo huevos con jamón, unas tostadas con mantequilla y me sirvo una taza de té.

- No sé cómo puedes comer eso… - comento a Toby sentado junto a mí que ha cogido los arenques. Por amor de Dios, ¿cómo te puedes meter eso en el estómago tan temprano?

- Pues están riquísimos. ¿Crees que pueda ir a ver al cocinero y darle mi enhorabuena? Y si de paso puedo robar algunas ostras… Tendrán ostras, ¿no? A los de allí arriba seguro que les sirven esas delicatessen. – James frente a mi amigo se echó a reír y casi se ahoga con la tostada que acaba de empezar a tragar. Yo por mi parte pongo los ojos en blancos durante unos segundos antes de negar con la cabeza.

- ¡Déjate de tonterías Tobías!

- ¡Mujeres! Mira que sois sosas, de verdad… ¿No sería divertido colarnos y hacernos pasar por unos señoritingos durante unas horas?

- Nos calarían antes de que pudiéramos pedir las ostras – comento llevándome un bocado del desayuno a la boca y tragando antes de volver a hablar. – Primero porque no tenemos ropa como para caminar por ahí…

- ¡Pues se roba!

- Y segundo porque no tenemos ese porte tan elegante y tan característico de ese tipo de gente. Se nota a leguas que somos… pobres. – añado después de darle también un codazo debido a su comentario e interrupción.

- En eso le doy la razón. – apunta James y soy capaz de notar como Toby a mi lado levanta la mirada y le fulmina lo que me hace reír por lo bajo.

- ¡Buenos días! – John aparece acompañado de Céline que nuevamente parece totalmente fuera de lugar en el comedor de tercera clase. En realidad parece que esté fuera de lugar con nosotros en general. – Gracias por guardarnos los sitios James. – espera a que se siente Céline antes de hacerlo él y ambos se sirven el desayuno.

- ¿De qué hablabais? – Céline hace la pregunta mientras mira a James y Toby alternativamente y luego al final a mí que le dedico una sonrisa antes de seguir comiendo.

- De las ostras de primera clase – contesta Toby llevándose un pedazo de arenque a la boca después de sonreír a Céline.

- Y de robar ropa de pasajeros de primera clase para colarnos arriba – añade James a lo que Céline acaba por echarse a reír. ¿Por qué soy la única de allí a la que realmente todo eso no le hace ninguna gracia? En cierto modo es porque tengo la cabeza en otros menesteres que poco o nada tienen que ver con las ostras.

- No creo que os fuera demasiado fácil caminar entre ellos. Son muy especiales. – me llama la atención que lo ha dicho con seguridad, sin vacilar, lo que nuevamente me hace preguntarme si esa sensación que tengo de que no pertenece a nuestro estatus social son imaginaciones mías o no. A partir de este momento desconecto por completo de la conversación que está teniendo lugar en la mesa y mi mente se centra en otras cosas. Con bastante disimulo mis ojos buscan al muchacho de los orbes azules que tanto me llama la atención. Miro hacia donde creo que estaban Alice y él pero no logro verlos. A lo mejor no tengo la ubicación correcta o ya han terminado de desayunar y se han ido. Dejo escapar un suspiro que pasa desapercibido entre los comensales y me llevo la taza de té a los labios. ¿De verdad es tan difícil encontrar a alguien en un barco en el que solo podemos estar en ciertos lugares? ¿De verdad es tan difícil levantarme e ir a buscarlo? ¿Por qué siento que debería darle explicaciones a Toby? ¿Por qué siento que le traiciono? Nunca voy a sentirme con él cómo me hacía sentir la sola presencia de Christopher o el sonido de su voz. Nunca voy a sentirme con Toby como me siento cuando está el francés cerca. Es como si mi cabeza dejase de trabajar con normalidad, como si todo aquello que conozco o creo conocer se queda en nada, como si no pudiera controlar las emociones que recorren cada milímetro de mi cuerpo. Emociones que me piden que me acerque, que le hable y que intente descubrir más sobre él. Es una página en blanco en un libro que quiero rellenar con sus peculiaridades, su vida… 

viernes, 12 de febrero de 2016

9-10 de abril de 1912

9 de abril de 1912

Llegar hasta Southampton es una señal de una nueva vida, al menos así lo veo yo. He dejado atrás la familia a la que he servido casi cinco años y a pesar de pensar que me iba a costar…, ese último abrazo por parte de Paul, el joven que nos ha llevado hasta la estación, me llenó de la fuerza necesaria para subir al tren que nos ha traído hasta aquí. Aún así el vértigo y el miedo están en alguna parte de mi cuerpo, anidando como si fuesen aves carroñeras que no quisieran dejar nada de mí y me quisieran hacer desaparecer por completo. Está claro que una cosa es llevarlo planeando mucho tiempo y otra muy distinta llevarla a cabo. Solo entonces te das cuenta de lo real que es todo. De todos modos, la libertad en la que me acabo de embarcar me brinda una nueva vida y eso me emociona, hace que todo mi cuerpo tenga una vida que antes no la tenía. Es una sensación extraña pero a la vez la mejor que he tenido en muchos años. Por el momento sé que no voy a recibir órdenes de nadie y eso me encanta, tanto, que solo pensarlo siento como en mi rostro se dibuja una sonrisa que consigo vislumbrar en el espejo de la habitación en la que me encuentro. Estoy un poco cansada (por no decir bastante) de estar todo el día recibiendo órdenes ajenas a pesar de que fuese mi trabajos, que por supuesto queda claro que ni de lejos es el mejor trabajo del mundo.

Es la primera vez que voy más allá de Londres o Cambridge, así que Southampton me parece algo completamente nuevo, algo por descubrir y explorar. Lástima que mañana sea diez de abril y no vaya a poder cumplir con ello. Es un lugar marinero, cosa que he notado a simple vista mientras Toby yo caminábamos de camino al modesto hotel donde hemos decidido hospedarnos esta última noche en Inglaterra, en habitaciones separadas aunque contiguas. Lo primero en lo que he pensado esta mañana cuando he pisado esta ciudad ha sido en lo completamente diferente que es a todo lo que he visto antes y que para nada es como lo había imaginado, posiblemente sea incluso mejor de lo que mi imaginación ha dibujado en mi mente estos días de camino hasta aquí.

Ahora que mis ojos se dirigen a la ventana recuerdo el impulso que he tenido esta mañana de decirle a Toby de ir a ver el mar y una vez más me digo a mí misma que ya iré por la mañana y lo veré, pues el sol ya ha empezado a descender en el cielo y no es que me haga mucha gracia pasear sola en un pueblo de marineros. No, mejor no. Podría pedirle a Toby que me acompañase, pero posiblemente este cansado y aunque sé que haría cualquier cosa por mí, prefiero dejarle descansar. Bastante ha hecho y hace por mí ya. Él también está dejando a su familia atrás, su vida, por una vida conmigo, aunque aún no se haya formalizado el compromiso. Me dejaré amar por él y estoy segura de que en algún momento yo también le llegaré a querer, a pesar de que en estos cuatro años no nos hemos tocado en un sentido íntimo.

Me muevo por la habitación hasta llegar frente al espejo, hace realmente mucho tiempo que no veo mi propio reflejo y no puedo menos que sonreír mientras me aparto un mechón castaño del rostro por el que paso una de mis propias manos. Hace más de cuatro años que no tengo un espejo propio y las únicas veces que he visto mi reflejo ha sido cuando he pasado por al lado de alguno, en especial dentro de la habitación de las señoritas y de la señora. Ahora es cuando te preguntas como podíamos ir bien peinadas, la respuesta es bastante sencilla, ya que no teníamos espejos propios nos peinábamos las unas a las otras, de esta manera podíamos estar impecables sin necesidad de vernos a nosotras mismas reflejadas sobre la superficie de un espejo, porque es obvio que aunque lady Siobhan no quería que tuviésemos espejos, tampoco quería que pareciéramos unas pordioseras.

Suspiro cansada y abatida. El problema es que sé que ese gusanillo de los nervios que me recorre el cuerpo entero no me va a permitir dormir con tranquilidad y seguiré arrastrando el sueño. Cosa que llevo haciendo desde hace prácticamente dos días y soy perfectamente consciente de que no es nada sano. Tampoco sería la primera vez, en alguna ocasión el cansancio me ha llevado a romper algún objeto de lady Siobhan cuyo valor he tenido que pagar, aunque tanto como “su valor”…, en realidad nos hacía pagar el doble de lo que realmente costaba de nuestro propio salario, que tampoco es que se pudiera decir que era mucho. Me meto el camisón por la cabeza y me dejo caer sobre la cama con la mirada perdida en el techo completamente blanco. A través de la ventana cerrada me llegan murmullos de la gente que hay en la calle. Me llega la vida de Southampton y aunque estoy cansada el sueño no me embarga, Morfeo no parece querer llevarme hasta el paraíso del sueño y no puedo evitar tantear por la mesilla que tengo cerca en busca de la lámpara y así poner la luz. El libro, Emma de Jane Austen es lo que me hará compañía esta larga noche que tengo por delante.


10 de abril de 1912

¿Dormir? Hace casi dos días que no sé qué es eso. El hecho de que me haya leído más de cien páginas del libro (que tiene cerca de 600) demuestra que por mucho que lo haya intentado no he conseguido dormir. Son las nueve de la mañana y lo único que se me ocurre es ir hasta la habitación contigua. Toco con los nudillos la puerta y al medio minuto el rostro sonriente de Toby aparece. – Buenos días. – me besa en la mejilla haciéndome sonreír brevemente - ¿Vamos a desayunar? – precisamente iba a buscarle para lo mismo. Asiento brevemente antes de emprender la marcha hasta el piso inferior y desayunar juntos en el comedor. Nuestro último desayuno en tierras británicas.

Según el billete del transatlántico, este zarpa a las doce. Uno de los trabajadores del hotel ya nos ha dicho que no queda lejos de donde estamos e incluso nos ha dado unas cuantas indicaciones de cómo llegar y tonta de mí aún tengo la sensación de que nos vamos a perder. El hecho de estar en un lugar que no conozco no ayuda en absoluto, aún así no he podido más que darle las gracias y dedicarle una sonrisa. Toby ha hecho lo mismo, aunque al contrario que yo, parece mucho más seguro. – Tranquila, no vamos a perder. 

- ¿Tanto se nota que tengo miedo de que eso ocurra y no podamos embarcar? dejo escapar un suspiro de entre mis labios y sonrío con cierto nerviosismo. - Me has pillado.

De vuelta a la habitación me trenzo el cabello y saco de entre la poca ropa que poseo un vestido de manga tres cuartos de color azulado y con cuello alto (porque según mis padres una señorita no tiene que ir por ahí enseñando más de la cuenta). No me resta mucho por hacer así que vuelvo a meter en la maleta lo poco que había sacado (el viejo cepillo de pelo entre otras cosas) cierro la maleta y la tomo del asa con fuerza. Ya está, ya estoy lista para irme. Reviso la hora en el reloj del vestíbulo mientras espero a que Toby baje. Son solo las diez y media pero más vale llegar a tiempo que llegar tarde y perder el barco. Mi padre me mataría seguro, aunque primero me encargaría yo misma de abrirme las venas por haber sido tan jodidamente estúpida, que en aquel billete había gastado parte de mi salario de los últimos cuatro o cinco meses.

A medida que avanzamos por las calles de adoquines puedo sentir como el aroma a mar llega hasta mí, es un aroma ligeramente salado y que despierta aún más si cabe mi curiosidad por ver el mar esa gran masa de agua azul y preciosa que he visto en tantos cuadros, en especial durante mi estancia en casa de los Whitakker. Estoy deseando sentir la ligera y fresca brisa que he leído en los libros que se siente cuando estás cerca. Muero en deseos por ver el azul del cielo reflejado en las aguas. El caso es que cuando llegamos cerca del puerto puedo comprobar que no todo es tan bonito como pintan los libros o como está reflejado en los cuadros. La ficción siempre supera a la realidad. Me decepciona bastante el color verdoso parecido al fango con el que me encuentro. Incluso puedo decir que hay algún rastro negro y antes de desilusionarme del todo me convenzo a mí misma que aquello debe ser debido a que estoy en un puerto y no en mar abierto. Seguro que desde la cubierta del transatlántico se verá de otra manera muy diferente. – Cambia esa cara…, que parece que te estén llevando a una muerte segura. – oigo que me susurra Toby al oído. Me ha estado observando todo este tiempo, viendo la decepción tomar forma en mi rostro.

- Es sólo que pensaba que sería diferente.

- Lo sé.

El barullo de la gente llega hasta mis oídos colándose en mi cuerpo y produciéndome cierta excitación. Sé perfectamente a que se debe todo aquel ruido, sé que no estamos lejos del barco que nos llevara hasta Nueva York. Lo sé por la cantidad de coches que pasan tocando sus cláxones cerca de donde estamos, así como por toda esa gente que lleva maletas en sus manos, niños cogidos de sus manos o simplemente andando tras de ellos. Lo sé porque todos se dirigen en la misma dirección.

Nos movemos entre la gente y el barullo, y mis ojos marrones comienzan a ver el inmenso barco. De la misma manera que cada vez se hace más grande el barco ante mis ojos, también lo hace el ruido a nuestro alrededor y aumenta la presencia de la gente de todas las clases, aunque como siempre perfectamente diferenciadas. Levanto la mirada cuando ya puedo decir que estamos cerca del transatlántico para poder observar el buque en todo su esplendor puesto que es realmente de grandes dimensiones. – Es enorme. – es la primera vez que veo un barco de tan de cerca y que sea de esas magnitudes no deja de sorprenderme. Estoy segura de que mis labios se han separado ligeramente dibujando en mi rostro esa expresión llamada sorpresa tan común entre las personas. Toby parece tan o más sorprendido que yo, pues sin quitar la mirada el enorme buque asiente en silencio junto a mí, sin soltarme la mano mientras seguimos avanzando entre el mar de gente. Esta misma mañana he leído en el periódico y he oído decir en el comedor del hotel que es el barco más lujoso que existe en este momento, pero eso no es algo que me importe demasiado. ¿Dónde voy a ver yo ese lujo? No, el lujo solo lo van a disfrutar aquellos pasajeros para los que está reservado semejante cosa: los de primera clase.

Observar es algo que se me da realmente bien (y no es por presumir, es un hecho), habiendo estado tantos años sirviendo a una familia he aprendido a observar pero no decir nada al respecto, no opinar y simplemente mantenerme callada como si fuese invisible. Además de todo esto también he aprendido a observar de una forma bastante discreta. Las pasarelas es lo segundo que alcanza a ver mi vista, además de las grúas que cargan cajas, coches y los baúles más grandes. Todo eso de primera clase, claro. Toby y yo estamos entre toda esta gente con una única maleta cada uno, nuestra única posesión para este viaje. Al contrario que toda esta gente que viste con opulencias y a las que les preocupan cosas demasiado superficiales, yo no siento la necesidad de llevarme media casa en un viaje (porque tampoco tengo tantas cosas como ellos, claro).

Acercarnos al barco y a mi zona de embarque también implica empezar a mezclarnos con toda la gente que está preparándose y esperando para embarcar. Diferentes acentos, idiomas, gritos, todo mezclado con un aire de júbilo y fiesta. Nadie se aparta cuando queremos pasar y en el caso de que nos queramos hacer oír, después de unos cuantos intentos de hacerlo sin alzar la voz, nos hemos dado cuenta de que no nos queda otra que gritar cosas del estilo de “Perdón” “Disculpe” “¿Me deja pasar?” y aún así hay veces que parece que no alcanzan a oírnos y al menos yo siento que empiezo a perder los nervios, diciéndome a mí misma que mantenga la calma. Incluso Toby parece darse cuenta y de vez en cuando me da un apretón cariñoso con la mano que tiene entrelazada con la mía desde que nos hemos introducido aquí. Claro que, como en muchas ocasiones en la vida también hay de ese tipo de personas que no es que no te oigan, sino que simplemente no te escuchan o no te quieren oír. Hacen oídos sordos, no te hacen caso. Aún así no cambiaría todo esto por nada del mundo, no cambiaría mi “mundo”. Aún recuerdo perfectamente a mi señorita, cuya vida está prácticamente planificado por sus padres (sobretodo lady Siobhan que parece que lleve los pantalones en ese matrimonio. ¡Oh espera! Los lleva) desde el día que nació. Todo para que no acabara con alguna persona que les llevará al desprestigio, a la humillación pública y todas esas cosas que tanto importan a la gente de la alta sociedad. ¿Sus hijos con una rata callejera como nosotros? ¡Ni hablar! Suerte que no pertenezco a ellos, aunque eso también implique que tarde o temprano tenga que buscar cierta estabilidad en mi vida. Una estabilidad como la que sé que me puede ofrecer Toby.

Soy capaz de imaginarme como es el escenario de los pasajeros de primera clase en este preciso momento mientras pongo un pie en la pasarela de tercera clase a la que finalmente y tras tanto esfuerzo (sobre todo por hacernos oír o pasar entre gente que parece no querer apartarse por nada del mundo) hemos llegado. Seguro es que es muy diferente a todo el barullo que nos rodea a Toby y a mí, y que parece fuera de control aunque realmente tampoco lo está tanto. Ellos seguro que están llevando todo esto como si fuese una celebración de algo sumamente importante, pero sobre todo estarán llevado sus mejores galas para poder dejar claro quién quien tiene el poder y quien no, como si no lo supiéramos ya. He vivido demasiado tiempo con ese tipo de personas como para saber cómo piensan y actúan en este tipo de situaciones.

Suspiro de alivio en el momento en que mis pies tocan el suelo de la cubierta. No me ha hecho ninguna gracia tener que pasar por esa ridícula comprobación de si tenía piojos en mi cuero cabelludo. ¿Yo? ¿Acaso no…? Bueno, mejor no empiezo a pensar como una señorita de alta clase, pero es obvio que incluso entre los más pobres hay diferentes escalones y yo no estoy precisamente en el más bajo. Es algo que se puede ver a simple vista, pero…, sí, empiezo a pensar que eso a ellos ni les importa. De todos modos de la misma manera que yo he sido una mandada durante años, aquellos que me han pedido el favor, pues… simplemente seguían órdenes, aunque he de decir que a Toby parece haberle importado mucho menos que a mí, como si fuera algo normal que nos despiojaran.

Me quedo unos segundos parada allí, quizá intentando internamente asimilar de alguna manera que estoy ya ahí, dentro y que desde luego a no ser que salga corriendo por la escalinata de tercera clase de vuelta a tierra firme no hay marcha atrás. Respiro hondo y me armo de valor. “Valerie, tú puedes. Has llegado hasta aquí, solo es… otro pasito más.” - ¿Estás bien?

- Sí, no te preocupes es que…

- Esto lo hace todo mucho más real. – exacto. Eso mismo. Le sonrío nerviosa mientras empezamos a andar por los pasillos blancos. No estamos en los mismos camarotes, ni siquiera estamos en la misma cubierta, así que llegado a un punto en los propios pasillos de tercera clase, nos separamos. – Luego voy a buscarte – me dice antes de depositar un beso en mi frente y desaparecer con su maleta. Ahora sí que estoy totalmente sola. Aquello es como un laberinto desde luego o eso pienso yo de forma casi automática por lo que decido seguir a la muchedumbre. Los empujones se suceden por todos lados, gente gritando en diferentes idiomas, pero sobretodo pidiendo disculpas para poder pasar. Lejos de irritarme toda esa algarabía, me infunde vigor, pues la gente aunque es extraña para mí, es alegre. Por primera vez en mi vida estoy rodeada de personas que comparten mi sueño de comenzar desde cero en América, aunque en mi caso gracias a mi padre quizá sea de veinte… un poco más.

Para cuando llego a mi camarote no puedo hacer otra cosa que sentirme impresionada. Los camarotes de tercera son clase son definitivamente mejor de lo que hubiese creído, aunque seguramente no serán ni mecho menos, tan lujos como los de primera. Los suelos son de una madera blanca lustrosa y las paredes están recién pintadas de blanco. Si me concentro lo suficiente incluso puedo notar  el suave olor a recién pintado, algo que extrañamente me vuelve a hacer sonreír. Los accesorios metálicos del camarote relucen y un cartel informa de que el té incluirá sopa de verduras, carne, pan queso y un dulce. Para mí, no vamos a engañarnos es un auténtico festín y estoy segura de que esta noche no voy a sentir esa familiar punzada de hambre en el estómago. Las literas por su parte son de hierro colado blanco y descansan a ambos lados del camarote. Por el momento soy la primera pasajera del camarote en cuestión en llegar y decido dejar su maleta sobre una de las literas inferiores, completamente segura de que en la de abajo el vaivén del barco es menor.

Por segunda vez en las últimas doce horas (o quizá unas cuantas más) me dejo caer sobre la cama, bueno en este caso la litera inferior moviendo las manos por encima de mi cuerpo unos segundos antes de apoyarlas sobre la parte inferior de la litera superior como si quisiera medir cuanto espacio hay entre una y otra. Me pregunto si en algún momento antes de zarpar aparecerá alguien más por la puerta, pero no… Soy capaz de notar como el barco empieza a moverse sin que nadie haya aparecido aunque el jaleo al otro lado de la puerta no ha disminuido y eso es lo que me hace quedarme dentro, cruzando las piernas sobre el colchón y sacando nuevamente a Jane Austen de la maleta y aunque leo durante unas cuantas horas, mi cabeza viaja a mi pasado y a mis propios recuerdos manteniéndome en las nubes durante a saber cuánto tiempo. ¿Si también he sucumbido al final a Morfeo? No lo sé con seguridad, lo único que sé es que el vaivén del barco parece haber disminuido lo que me hace fruncir ligeramente el ceño. Además de que el jaleo en el pasillo parece haber vuelto a aumentar de forma más que notable. ¿Qué hora será? Porque a juzgar por la luz que entra por el ojo de buey del camarote serán cerca de las seis sino más tarde. Me pregunto dónde estará Toby. ¿Me habré quedado dormida de verdad y no me he enterado de que he venido? ¿O es que él se había quedado dormido? ¿O los dos? Sacudo la cabeza durante unos segundos. Invadida por la curiosidad de tanto ruido en el pasillo decido salir del camarote, a lo mejor encuentro a Toby o su camarote. En cuanto abro la puerta del mío las voces de las personas que van de aquí para allí vuelven a llenar el ambiente e inundar mis oídos mientras me abro paso murmurando disculpas. ¿Ya hemos llegado a Cherburgo? Porque tiene toda la pinta teniendo en cuenta que mucha gente va con maletas.

- C'est fini Alice! C'EST FINI, J'AI DIT! ALICE!... Agg, ¡esta niña me saca de quicio! – consigo oír a lo lejos. Posiblemente me ha llamado ligeramente la atención porque durante los últimos años gracias a Clhoë he aprendido alguna que otra palabra en francés y ese acento tan marcado es inconfundible. - Excusez-moi, pardon, excusez... – disculpándose como todo el  mundo, hecho que hace que esboce una sonrisa. - Arrête, Alice! Alice je te préviens!  - es lo último que oigo decir a esa voz justo en el momento en que noto que algo se cuela entre mis piernas pasando incluso por debajo de mi espalda dando la sensación de que huye de algo. Me vuelvo unos segundos viendo una cabellera castaña igual que la mía antes de volver a mirar al frente. ¿Por qué voy a darle importancia a eso cuando la gente ahí no deja de empujarse y de pasar como pueda? Lo que no me espero al volver de nuevo la mirada es encontrarme a escasos centímetros del rostro de un muchacho. Casi al instante noto como sube el rubor a mis mejillas tiñéndolas de un color carmesí y no puedo evitar bajar la mirada unos segundos respirando hondo. - …Um… Pardon... Esto, disculpas, no era mi intención, mi... mi hermana es muy revoltosa – me dice claramente a mí pues no hay nadie más. Incluso noto como se aleja ligeramente de mí.

Es con absoluta seguridad una de las pocas veces que estoy tan cerca de una persona del sexo opuesto. Ni tan siquiera con los del servicio he intimidado realmente, ni siquiera con Toby, siempre hemos mantenido las distancias dentro de la mansión para no dar que pensar a los señores y que nos cayera algún tipo de castigo o remedio disciplinario. A veces nos ponían medidas por cosas tan absurdas que he llegado a pensar que lo hacían porque se aburrían o algo.


Niego con la cabeza al tiempo que levanto la mirada nuevamente hacia él después de haber contado hasta tres y lo primero que me encuentro es otra vez esos ojos azules que me han mirado hace unos minutos y consiguen que un cosquilleo extraño me invada…, como si de alguna manera me estuviesen traspasando, algo que nunca antes me ha pasado…, pero… ¿solo son unos ojos azules, no?

lunes, 30 de noviembre de 2015

Gerry's Reel

La noche ha llegado y el salón de tercera clase se llena de música céltica. La tocan un grupo de pasajeros irlandeses que no se conocen de nada pero han decidido juntarse y tocar música para amenizar la noche, para animar al resto y hacernos olvidar durante unas cuantas horas cual es nuestra posición en el mundo y que muchos de nosotros a lo mejor acabamos en la más grande de las miserias. La flauta, los tambores, el violín, la mezcla de esos instrumentos y otros más, llena el aire de música. Lo llena de magia. Esa magia que sólo puede transmitir la música.

Sentada en una de las mesas con un vaso de agua delante los observo con atención y veo por el rabillo del ojo como algunos pasajeros se animan a subir a la tarima que hay justo en medio de la estancia y se ponen a bailar. Otros ni siquiera suben allí arriba, sino que se ponen a bailar siguiendo el ritmo en los huecos donde hay pocas mesas, en cualquier sitio donde encuentren espacio. La música vibra. Llena el espacio. La alegría se nota en el ambiente y es como si todo cobrase otro color y otra intensidad. La noto vibrar dentro de mi cuerpo, noto la música recorrer mis venas, y las notas musicales en cada poro de mi piel. Me hace sentir más viva, más plena, más feliz. Todas las desgracias de mi vida y de mi existencia han desaparecido de mi mente gracias a ese sonido, a esas notas… A ese toque celta que ha invadido este pequeño espacio del transatlántico.

Me levanto llevada por esa sensación que me está invadiendo, que está en cada centímetro de mi cuerpo y que me dice “hazlo, levántate y sigue el ritmo de la música”. Noto la mirada de Asier, curiosa sobre mí cuando me ve levantarme y me vuelvo hacia él. - ¡Vamos! – con un gesto de la mano le insto a levantarse conmigo, pero en su cara noto contrariedad. La pequeña Alice, que había permanecido sentada junto a él se levanta y sale corriendo y dando brincos entre la gente.

- ¡Alice! – su hermano la llama pero su voz se ve ahogada por la música, las risas de la gente, el rumor que recorre aquel pequeño salón. Se levanta y la busca con la mirada y luego clava sus ojos azules en mi suavizando los gestos de su rostro casi de forma inmediata.

- Déjala… No le va a pasar nada. - ¿qué va a pasarle en un espacio tan pequeño? Pudiera ser que nosotros seamos las personas más ávidas, más listas y en según qué situaciones, los más canallas del estrato social en el que se divide la sociedad, pero en un momento como el que estamos viviendo nadie va a hacerle daño a una niña inocente que simplemente se ha mezclado entre el gentío que baila y disfruta de la música. Le miro durante unos segundos más antes de alejarme y decidir seguir yo también ese ritmo frenético que invade mis oídos y me llena el alma de dicha. Aunque Christopher me dio clases de baile nunca se me ha dado demasiado bien, ni siquiera sé los pasos a seguir de la canción que están tocando. ¡Espera! ¿Alguno de los presentes lo sabe? “Déjate llevar por la música, Valerie. Siéntela dentro de ti y simplemente fluye con ella”. Cierro los ojos allí en medio de la habitación. Sigo oyendo la música, sintiéndola vibrar por todo mí ser. Sigo oyendo las risas, las palabras, los gritos. Sigo sintiendo la felicidad en el aire como una niebla invisible que lo está cubriendo todo. Me dejo llevar por lo que estoy escuchando y me empiezo a mover durante al menos un minuto antes de abrir los ojos.

Le veo entre la gente y puedo captar una sonrisa en su rostro. Posiblemente la más sincera que he visto desde que le conozco. Tiene sus ojos clavados en mí y no borra la sonrisa mientras yo muevo los pies, los brazos y doy vueltas al ritmo de la música. Levanto la mirada al techo de madera blanca mientras doy otra vuelta más antes de volver a bajar la mirada pero ha desaparecido de mi campo visual. Le busco entre la gente sin dejar de moverme ni un segundo. Tengo la sensación de que aunque quiera pararme seré en incapaz y es entonces cuando aparece de la nada junto a mí.- Estás loca, ¿lo sabías? Pero aún y así eres adorable. – susurra como si tuviera miedo de que alguien pudiera oírle decir esa última palabra, aunque lo dice en un tono lo suficientemente alto como para que yo le oiga.

- Las mejores personas lo están, ¿recuerdas? – se echa a reír nada más oírme y la risa se me contagia. La música ha parado y me encuentro parada ante él que mira por encima de mi hombro posiblemente buscando a su hermana. – Estará bien. Es muy espabilada. – como casi todos nosotros a su edad. No nos queda otra si queremos vivir en la sociedad y en las condiciones en las que nos ha tocado vivir. La vibración vuelve a la vida, la noto en los pies casi antes que sentir la música en mis oídos. Vuelvo a tener la misma sensación que momentos antes, esa vida y como si todo en ese lugar tuviera otro tono, más alegre. Es agradable olvidar que somos pobres, que puede que mañana vivamos bajo un puente con la única compañía de las ratas y otros vagabundos. Es mágico que algo tan simple como la música te haga olvidarte de tu condición y te haga ser la persona más feliz del mundo.

Sin miedo a que me rechace o me suelte bruscamente le tomo la mano y aunque al principio me mira contrariado y con el cejo fruncido al final sonríe. – No sé me da bien bailar – me dice sin borrar la sonrisa divertida de su rostro mientras mira a nuestro alrededor, a otras parejas, a esa mezcla de personas de todas las nacionalidades que hay y que bailan sin importarles nada más que la felicidad que están sintiendo en estos momentos.

- Sólo déjate llevar por la música. Siéntela dentro de ti y muévete. ¡Yo tampoco me sé este baile! – parece que le he insuflado algo de optimismo pues me toma con la otra mano de la cintura con fuerza pero con delicadeza al mismo tiempo y empieza a deslizarnos alrededor de la sala. Sonrío mientras me dejo llevar por él y por la música. Somos pobres, no tenemos nada que ofrecer al mundo, nada que ofrecernos entre nosotros más que la mutua compañía. No tenemos nada que perder pero mucho que ganar. No tenemos una caja fuerte llena de fajos de billetes. ¿Quién dijo que el dinero da la felicidad? Carecemos de toda clase de lujos y somos felices. Felices con algo tan simple como unas notas tocadas por un músico que no busca otra cosa que hacer feliz a los demás con su música. Allí arriba estarán en sus salones lujosos con sus mejores galas y sus mejores joyas, pero, ¿sabes qué?, seguro que no están disfrutando de un momento tan mágico y pleno como todas las personas que estamos ahora mismo aquí reunidas. No, el dinero no trae la felicidad.

Esta noche la zona de tercera clase del Titanic brilla con luz propia. Tiene vida y supura felicidad. Una felicidad que muy pocos entenderán. Nos tomaran por locos, pero mientras Asier me lleva por ese pequeño espacio, pasando entre las otras personas que bailan al ritmo de la música, no puedo sentir otra cosa que una plenitud en el corazón que aquellos que creen tenerlo todo no experimentan del mismo modo que nosotros.

martes, 10 de noviembre de 2015

Darkness

La imagen que me devuelve el espejo en estos momentos es irreconocible para mí. Sí, sé que soy yo, pero hace mucho tiempo que dejé de reconocerme a mí misma. Hace tiempo que la joven que conocí durante tantos años desapareció tras un velo de depresión y oscuridad. Es increíble como la muerte de alguien tan especial para nosotros, con quien tenías una imagen de tu futuro, con quien querías compartir la vida, puede destrozarte de tal manera que ni te reconoces a ti misma.

A veces me pregunto dónde está la chica alegre y llena de vitalidad que veía antes en el mismo espejo en el que me veo reflejada ahora mismo y donde desde luego, no hay ni rastro de ella. Ahora vivo en una constante depresión y en un estado en el que mi cabeza solamente está llena de un avispero de pensamientos negativos que no para de zumbar en todo el día. O al menos esa es la sensación que me da a mí. ¿Cómo logra salir la gente de algo así? ¿De un agujero tan hondo? Me aparto un mechón de mi pelo castaño de delante de los ojos. Marrones y grandes, pero sin vida.

Mi otra mano se cierra con fuerza alrededor de la cuchilla que tengo en la misma. El dolor me traspasa la piel, pero no reacciono a él. Ni siquiera cuando me aparto del espejo y paso a sentarme en el borde de la bañera. La bañera del baño que íbamos a compartir durante tantos años, hasta que una llamada de teléfono lo cambió todo de manera drástica. Si hay algo que no olvidaré en la vida es precisamente esa noche, las prisas, los nervios y mi pulso fuera de control. Las horas de espera en aquella sala de fuerte olor estéril hasta ver salir a uno de los médicos. Su cara lo decía todo. No necesité ni una palabra suya. Sentí mi garganta secarse y mis ojos llenarse de lágrimas. Quería gritar pero era incapaz de emitir sonido alguno. Nunca olvidaré su cara, su imagen me va a perseguir toda la vida. Nunca se llega a olvidar a la persona que te dice que has perdido a alguien. Ni tampoco la forma como te lo dice, las palabras, aunque en ese momento pienses que no sabes ni que estás escuchando. Luego esas palabras te golpean con fuerza y una claridad aplastante.

Hay gente que nunca llegara a entender el dolor que estoy pasando y que la única manera que siento que ese dolor sale de mi cuerpo es provocándome más dolor… Mis muñecas tienen unas marcas blanquecinas fruto de los cortes que me he realizado en ellas. Del mismo modo pasa con la parte superior del interior de mis muslos, la zona contra la que ahora tengo la cuchilla.

Noto como se introduce en la piel y mis dedos empiezan a mancharse de sangre. Caliente y llena de vida al contrario que yo, y por raro que parezca, es en ese momento, cuando el dolor de me invade, me hace apretar los dientes y cerrar con fuerzas los ojos, es cuando me siento viva. Ese dolor físico me recuerda que estoy viva. Yo estoy viva y él está muerto, y por eso mismo estoy condenada a esta locura durante el resto de mi vida y a caer lo más bajo posible. ¿O no es así? ¿Es sólo invención de mi mente a causa de la pérdida?

El ruido de la cuchilla chocando contra el suelo vuelve a traerme al mundo de los vivos. Cojo rápidamente papel higiénico casi de forma frenética para hacer fuerza sobre el corte que acabo de realizarme a mí misma. Ese dolor sigue latiendo dentro de mí y sigue manteniéndome viva. Quizás esta sea la única manera de poder seguir adelante. Sufriendo.

Pasan diez minutos antes de que salga del baño con la falda perfectamente colocada y un amago de sonrisa en el rostro. Se ha convertido casi en una odisea sonreír, pero a veces, aunque sea por educación ese gesto tiene que aparecer en tu rostro. El bolso está sobre el mueble del recibidor y dentro del mismo las llaves. Echo un último vistazo al interior de mi hogar antes de abrir la puerta y salir.

Nadie parece sospechar. Los vecinos me saludan con normalidad, aunque en sus rostros aún veo el rastro de compasión que veo en sus ojos desde aquel fatídico día. Nadie parece sospechar lo destrozada que estoy por dentro o el dolor que me hago a mí misma. Fuera el sol pasa a través de las nubes que hay en el cielo esta mañana mientras yo camino hasta el coche con la intención de llegar hasta mí puesto de trabajo.

Posiblemente es de las pocas cosas que me quedan en la vida.

lunes, 12 de octubre de 2015

The First Time I Ever Saw Your Face [Fragmento II]

- Eres una joven especial. – su voz aterciopelada con ese acento francés consigue ruborizarme levemente. ¿Yo? ¿Especial? ¿Por qué? Tengo las manos estropeadas a causa de la lejía y apenas tengo dos mudas de ropa en la maleta, quitando aquel vestido que me regaló Chloë. No, no me considero alguien especial ni extraordinaria en absoluto. La miro con curiosidad como si con un simple intercambio de miradas quisiera darle a entender que quiero saber por qué dice eso. – Ves la vida de una forma que muy pocas personas son capaces. Soy capaz de verlo en tus ojos. – sonrío. Es la segunda persona que me dice algo semejante y me hace pensar que debería de empezar a creérmelo.

- Eso no va a cambiar la perspectiva de las personas que controlan el poder.

- No, pero tus hijos pueden heredar tu perspectiva y los hijos de tus hijos, y con el tiempo, esa herencia, esa perspectiva puede llegar a cambiar la perspectiva de la gente que sustenta el poder. Todo cambio en el mundo nace gracias a una persona que tiene un pensamiento diferente. – me sonríe al tiempo que se levanta de la silla donde ha estado sentada todo ese tiempo y no puedo evitar seguir sus delicados movimientos con mis ojos. Realmente me parece asombrosa su forma de pensar y el hecho de que haya sido capaz de leer de una forma tan clara a través de mí, como si hubiera sido un libro abierto de par en par esperando a ser leído.