Todo el calor de mi cuerpo parece
subir hasta mis mejillas cuando noto como su mano se posa sobre mi mejilla
consiguiendo que las mariposas que revolotean nerviosas en la boca de mi
estómago se instalen allí de forma permanente, haciendo me sienta incluso como
si estuviera flotando en lugar de estar con los pies en la tierra –
figuradamente hablando, por supuesto. La leve caricia en mi mano y notar ese
leve movimiento con su pulgar, acariciando mi mejilla, hace que una sonrisa se
instale en mis labios. Sé perfectamente que va a pasar, lo que se avecina
cuando la distancia entre nuestros rostros se va acortando. Lo deseo tanto, lo
necesito con una fuerza tan sobrenatural, quiero sentir sus labios contra los
míos y esas sensaciones que provoca algo que parece tan simple como un beso.
El contacto de nuestros labios,
suave y delicado, consigue que mi sistema se acelere, que dentro de mi cuerpo
un calor nazca en mi pecho y se extienda hasta cada uno de los rincones de mi
organismo, llegando incluso a las puntas de mis dedos. Como si una bombilla se
encendiese en mi corazón e iluminase todo mi cuerpo con su luz y su calidez.
Es apenas un beso y aun así
siento mi respiración ligeramente entrecortada cuando me separo de él unos
centímetros, los justos para poder clavar mis ojos verdes en los suyos de una tonalidad
tan parecida a la mía, y sentir su cálido aliento embriagarme de una forma
extraña y agradable como si de alguna forma quisiera fundirme con él. Apoyo mi
frente contra la de él antes de que mi propia mente vuelva a lo que él acaba de
decirme. – Nadie debería sentirse así en una relación, nunca deberíamos sentir
que no somos suficientemente buenos para la persona a la que queremos… - digo
en un murmullo mientras por mi cabeza pasan mis propias experiencias pasadas. –
No es exactamente lo mismo, pero… yo siempre sentí que no merecía que nadie me
quisiera y que por eso nunca conseguí una familia. - y ese sentimiento aun duele, el sentir que
nunca vas a ser suficiente para que alguien te permita entrar en su vida. Por
eso mismo cuando me ofrecieron una familia me lancé de cabeza, porque era justo
eso que había estado buscando toda mi vida y aunque él ya no está, su
familia sigue estando ahí para mí, apoyándome y animándome a seguir con mi
vida.
Me permito unos segundos de
silencio, de simplemente disfrutar la cercanía y las sensaciones que me
recorren, esas mismas que creía que ya no volvería a sentir “Ni siquiera pensaba que necesitase a
alguien como él en mi vida, pero supongo que esa es otra de las
particularidades de la vida, nunca sabes que necesitas algo hasta que la te lo
planta ante tus narices.” Esbozo una sonrisa ante el recuerdo de mis
propias palabras plasmadas en un papel y arrojadas al mar antes de darme el
lujo de volver a acortar las distancias y besarle esta vez yo a él aumentando
ligeramente la intensidad como si quisiera transmitir todo con ese gesto.
Cuando me separo nuevamente de él, le miro unos segundos con la sonrisa aun en
el rostro antes de rodearle el cuello con mis brazos y fundirme en un abrazo
con él, hundiendo mi rostro en su cuello de modo que soy capaz de aspirar el
aroma que emana de su piel.
A veces un abrazo, un beso, un
gesto que a la gente le puede parecer muy nimio transmite muchísimo más que
todas las palabras que podamos expresar en voz alta, porque al final las
palabras se las puede llevar el viento con muchísima facilidad, pero los gestos
quedan grabados en el alma de las personas y yo en este momento sentía que
tenía que darle un abrazo, pero no un abrazo cualquiera, no, uno de esos
cargados con todo lo que sientes hacia esa otra persona y no puedo evitar
preguntarme si es capaz de notar lo acelerado que está mi corazón dentro de mi
pecho.
Dicen que el amor es esperanza, que
alimenta nuestros sueños más profundos y que si estás dispuesto a amar, tienes
que disfrutarlo, porque el amor no siempre dura para siempre. ¿Estoy dispuesta?
¿Lo estoy pese a saber que la propia vida te puede quitar todo ese amor y
destruirte una y otra vez? Sí, estoy dispuesta.