Entradas

viernes, 25 de noviembre de 2011

En las alas de una paloma

Mucha gente se pregunta… ¿Qué es el cielo? ¿Qué hay después de la vida? Ni siquiera yo que puedo rozar ese ‘cielo’ con la punta de los dedos puedo decir con exactitud qué es. ¿Un cúmulo de sensaciones? ¿Muchos sentimientos positivos unidos? Paz. Es lo primero que sentí después de que todo se volviese negro. Un enorme sentimiento de paz… y ante mis ojos apareció una luz cegadora, pero la más hermosa que había visto hasta ese momento.

Una luz que sentía que si extendía un brazo hacía ella las puntas de mis dedos serían capaces de rozarla y sentir… ¿el qué? ¿El mejor sentimiento del mundo? Sin embargo algo me lo impidió. Mi padre apareció desde el interior de aquella luz y se acercó hasta mí. Era tal y como yo le recordaba, exactamente igual, aunque con un aura brillante a su alrededor. Me miró con aquellos ojos azules que poseíamos los cinco Austen de mi familia y me sonrió. Una sonrisa llena de calidez. “Este no es tu sitio cariño. Tienes que volver Allie…” Le miré con el ceño fruncido y me pregunté porque me decía a mí que tenía que volver cuando él se había ido. Se había ido y nos había dejado solos. “¿Por qué tengo que volver? Quiero quedarme contigo…” Y lo deseaba. Siempre había amado enormemente a mi padre y me había afectado su muerte. Su abandono involuntario. ¿Por qué ahora que le volvía a encontrar no me dejaba quedarme con él? “Tu hora aún no ha llegado, tienes que volver con la gente que te quiere…” ¿Y cuando sabría que había llegado MI hora? ¿Cómo podía estar tan seguro de que no era en ese momento? Era mi padre, confiaba en él y por eso una vez más iba a creerle. “¿Y cómo vuelvo?”Pregunté consciente de que quizá ni él tuviese la respuesta “Sólo tienes que esperar… Tienes que ser paciente, mi pequeña”.

Paciencia. En muchas ocasiones había llegado a la conclusión de que la vida se resumía en eso... paciencia. Me tocaba esperar como quien espera un tren en una estación para tomarlo y llegar a su destino, en mi caso, la vida. No fue hasta que mi padre desapareció, después de acariciarme la mejilla y despedirse nuevamente de mí, que me percaté de que mi vestimenta había cambiado. Lucía un bonito vestido blanco que rozaba incluso el suelo y me pregunté si era esa la vestimenta de los ángeles, pregunta que consiguió arrancarme una sonrisa.

Una semana más tarde había aprendido a moverme en aquel mundo paralelo a la vida, en donde los espíritus de aquella gente que no está plenamente muerta vagan esperando a la llamada o de la vida o del túnel de luz infinita. Yo estaba segura de que mi llamada provendría de la vida... ¿Sino por qué me había dicho mi padre que no era mi hora? ¿Se habría equivocado?

Cada noche me acercaba a la cabecera de la cama de Gabrielle y aunque sabía que ella no sabía que yo estaba allí, le daba las buenas noches como siempre y le juraba que volvería... Lo mismo hacía con mamá y con Leo... Estaba tan destrozado que de poder haber despertado y volver con ellos en ese preciso instante lo habría hecho, pero... al parecer tenía que esperar. Mi tren aún no había llegado a mi parada y yo no sabía cuánto tiempo tardaría o si siquiera lo haría.

Pero no podía verlos tan destrozados... Por eso mismo me refugiaba la mayor parte del tiempo en uno de mis lugares favoritos.

Mis piernas se balanceaban a un ritmo constante e invariable. Había ido a sentarme en el alféizar de una de las ventanas del aula donde desde hacía muchísimos años había acudido casi a diario para entrenarme y bailar. Había estado presente cuando a media semana se habían enterado de que a raíz de un accidente había quedado en coma y pude ver la reacción en todos ellos..., pero nadie hizo la pregunta que rondaba en sus cabezas “¿Podrá volver a bailar?”. En aquellos momentos solo estaba Evan, que desde hacía muchos años había sido mi compañero de baile y otros tres alumnos de la Señorita Robinson y yo..., aunque de mi presencia no era nadie consciente.

Subí mis piernas al alféizar y me abracé a ellas sintiendo el suave tacto de aquel vestido blanco... Y cerré los ojos en cuanto aquella melodía que tanto conocía invadió la sala... Sabiendo que de así quererlo, en cualquier momento podía pensar en un lugar específico que conociera y allí estaría.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

La vida es sueño

Cada día que pasa me hago exactamente la misma pregunta al levantarme. ¿De verdad vale la pena?

Y cada día me acuesto con la misma respuesta: sí, vale la pena.

Es extraño como el paso de los años no afecta a mis sentimientos, como siguen ahí muy dentro de mí esperando al momento apropiado de cada día de mi vida para salir al exterior. Siguen siendo los mismos que años atrás. Los mismos que sentí con aquel primer contacto. El primer beso. La primera vez. Aún soy capaz de recordar perfectamente los acontecimientos de aquella tarde que cambiaron nuestras vidas. El tacto de nuestras manos entrelazadas... El olor a cerrado de aquella casa...

En un instante sin que me percatara de ello, mi vida cambió. ¿En qué momento de aquella tarde cambio todo? ¿En qué momento me di cuenta de que había estado equivocada por años? ¿En qué momento supe que era él? Creo que son preguntas a las que incluso diez años más tarde no les puedo encontrar respuesta.

Diez años. Una década.

A veces me maravillo del paso del tiempo. Un suspiro. Las cosas que pueden pasar en un suspiro.

Llegan nuevas vidas que completan la de una misma, otras se van para siempre y otras solo entran para salir poco tiempo después. Son regalos de la vida. Personas que entran en tu vida para salir más tarde o más temprano y enseñarte valores. Enseñarte cosas tan simples como la nobleza o la bondad. No importa cuanto tiempo estén en tu vida, lo importante es que te den esos pequeños regalos de los que no eres nunca consciente.

Cuando levanto la mirada y me encuentro esa misma sonrisa que llevo encontrándome desde hace tantos años sigo sintiendo como me da un vuelco al corazón y miles de mariposas luchan por salir de esa celda donde están metidas y yo las dejo. ¿Por qué no? Es lo mejor con diferencia que me ha pasado en la vida y aunque suene estúpido, me gusta esa sensación en el estómago. Como si de verdad fuese la primera vez que nuestras miradas se cruzan.

Y esos ojos azules que me miran desde el otro lado de la mesa... Que curiosa es la genética que no quiso que fueran ni marrones ni verdes, sino azules como el cielo y el mar... Y aún así cada vez que me miran siento que eso es precisamente lo que los hace especial. El tener un color que los distingue de los demás de la familia directa. Sus ojos son especiales y ella es a la vez especial para mí. Consigue que sienta que hice algo bueno en la vida..., que no todo lo que hice tuvo consecuencias negativas.

Luego están los ojos verdes de él. Idénticos a los míos y los que posee mi hermana. En ocasiones creo fervientemente que si alguna perdiese a mi alma gemela, a la otra mitad del espejo e incluso de mi propia alma, podría seguir viéndola en sus ojos. Como si fuera un extensión del alma de ella. Una parte pequeña del espejo que conformamos ambas... pero igual de importante para mí que ella misma.

Una enorme sensación de paz me llena el cuerpo. Siento felicidad, pasión, tranquilidad, deseo.... Una unión que será eterna formando parte de mi vida y que posiblemente perdure incluso después de esta, como si ni siquiera el marchitar y el tiempo pudiese romper esos lazos y vínculos que hemos creado a lo largo de nuestras vidas en las que un día nuestros caminos se cruzaron.

Cada día el cielo se despliega ante mis ojos, ante los de mi familia entera y en muchas ocasiones unas pocas nubes lo tiñen de blanco, aunque yo se, que las nubes no son enteramente blancas. Se que si nos fijamos bien en ellas se pueden distinguir más colores además del clásico blanco con el que los niños las plasman en sus dibujos. Amarillo, verde, gris e incluso azul son otros de los colores que podemos ver si nos fijamos con atención en ellas. Al igual que el cuelo no es azul. En el también se pueden ver otros tonos: lila, amarillo, naranja, rosa... Es, como si cielo y las nubes formaran juntos una gran gama de colores, como la vida misma.

La vida es algo tan simple y a la vez complicado como eso. La vida es bella.... un bello abanico de colores. Un calidoscopio de imágenes, un collage de recuerdos. Al igual que el cielo se oscurece y existen las tormentas, sabemos que la vida no es siempre de colores vivos y hermosos... Es una lucha constante para superar y esquivar esas nubes oscuras, viajar a través de ellas vencerlas y encontrar otra vez el resplandeciente sol que nos acoge con su calor y su cariño como el amor.

¿Qué es el amor verdadero si no eso? Calor, cariño y un lugar donde cobijarse y sentirse protegido, seguro a gusto. Amar es querer la felicidad de esa persona por encima de la tuya propia sin importar los sacrificios que tengas que realizar para conseguirlo, ni las lágrimas que tengas que derramar...

No se que habría sido de mi vida de no habernos encontrado casualmente aquella tarde de mayo... Posiblemente habría sido muy distinta a como lo es hoy en día..., pero es recordando momentos como ese que se que todo el camino ha valido la pena.

Las broncas, han valido la pena. Las lágrimas, han valido la pena. El dolor, ha valido la pena. Ha valido la pena porque el conjunto te lleva a la felicidad y a ese sentimiento que te reconforta desde dentro. Ese amor que ha hecho que existan dos joyas más en el mundo y que yo estoy segura de que va a seguir aquí muy dentro de mí. Muy dentro de él incluso mucho después de haber dejado este mundo...

Pero, para eso aún faltan muchos años y de lo único que estoy segura ahora es de que voy a aprovechar cada momento, cada minuto.... y los voy a guardar dentro de mi corazón como un tesoro..., para dentro de treinta, cuarenta o quien sabe cuantos años poder evocarlos y decirme a mi misma: “Una vida puede ser más que el simple transcurrir de los días”.