La imagen que me devuelve el espejo en estos momentos es
irreconocible para mí. Sí, sé que soy yo, pero hace mucho tiempo que dejé de
reconocerme a mí misma. Hace tiempo que la joven que conocí durante tantos
años desapareció tras un velo de depresión y oscuridad. Es increíble como la
muerte de alguien tan especial para nosotros, con quien tenías una imagen de tu
futuro, con quien querías compartir la vida, puede destrozarte de tal manera
que ni te reconoces a ti misma.
A veces me pregunto dónde está la chica alegre y llena de
vitalidad que veía antes en el mismo espejo en el que me veo reflejada ahora
mismo y donde desde luego, no hay ni rastro de ella. Ahora vivo en una
constante depresión y en un estado en el que mi cabeza solamente está llena de
un avispero de pensamientos negativos que no para de zumbar en todo el día. O
al menos esa es la sensación que me da a mí. ¿Cómo logra salir la gente de algo
así? ¿De un agujero tan hondo? Me aparto un mechón de mi pelo castaño de
delante de los ojos. Marrones y grandes, pero sin vida.
Mi otra mano se cierra con fuerza alrededor de la cuchilla
que tengo en la misma. El dolor me traspasa la piel, pero no reacciono a él. Ni
siquiera cuando me aparto del espejo y paso a sentarme en el borde de la
bañera. La bañera del baño que íbamos a compartir durante tantos años, hasta
que una llamada de teléfono lo cambió todo de manera drástica. Si hay algo que
no olvidaré en la vida es precisamente esa noche, las prisas, los nervios y mi
pulso fuera de control. Las horas de espera en aquella sala de fuerte olor
estéril hasta ver salir a uno de los médicos. Su cara lo decía todo. No
necesité ni una palabra suya. Sentí mi garganta secarse y mis ojos llenarse de
lágrimas. Quería gritar pero era incapaz de emitir sonido alguno. Nunca
olvidaré su cara, su imagen me va a perseguir toda la vida. Nunca se llega a
olvidar a la persona que te dice que has perdido a alguien. Ni tampoco la forma
como te lo dice, las palabras, aunque en ese momento pienses que no sabes ni que
estás escuchando. Luego esas palabras te golpean con fuerza y una claridad
aplastante.
Hay gente que nunca
llegara a entender el dolor que estoy pasando y que la única manera que siento
que ese dolor sale de mi cuerpo es provocándome más dolor… Mis muñecas tienen
unas marcas blanquecinas fruto de los cortes que me he realizado en ellas. Del
mismo modo pasa con la parte superior del interior de mis muslos, la zona
contra la que ahora tengo la cuchilla.
Noto como se introduce en la piel y mis dedos empiezan a
mancharse de sangre. Caliente y llena de vida al contrario que yo, y por raro
que parezca, es en ese momento, cuando el dolor de me invade, me hace apretar
los dientes y cerrar con fuerzas los ojos, es cuando me siento viva. Ese dolor
físico me recuerda que estoy viva. Yo estoy viva y él está muerto, y por eso
mismo estoy condenada a esta locura durante el resto de mi vida y a caer lo más
bajo posible. ¿O no es así? ¿Es sólo invención de mi mente a causa de la
pérdida?
El ruido de la cuchilla chocando contra el suelo vuelve a
traerme al mundo de los vivos. Cojo rápidamente papel higiénico casi de forma
frenética para hacer fuerza sobre el corte que acabo de realizarme a mí misma.
Ese dolor sigue latiendo dentro de mí y sigue manteniéndome viva. Quizás esta
sea la única manera de poder seguir adelante. Sufriendo.
Pasan diez minutos antes de que salga del baño con la falda
perfectamente colocada y un amago de sonrisa en el rostro. Se ha convertido
casi en una odisea sonreír, pero a veces, aunque sea por educación ese gesto
tiene que aparecer en tu rostro. El bolso está sobre el mueble del recibidor y
dentro del mismo las llaves. Echo un último vistazo al interior de mi hogar
antes de abrir la puerta y salir.
Nadie parece sospechar. Los vecinos me saludan con
normalidad, aunque en sus rostros aún veo el rastro de compasión que veo en sus
ojos desde aquel fatídico día. Nadie parece sospechar lo destrozada que estoy
por dentro o el dolor que me hago a mí misma. Fuera el sol pasa a través de las
nubes que hay en el cielo esta mañana mientras yo camino hasta el coche con la
intención de llegar hasta mí puesto de trabajo.
Posiblemente es de las pocas cosas que me quedan en la vida.
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