No
matter what you do or where you go, I will always find you.
A pesar de que me encantaba pasar el tiempo que tenía
libre con Ariel, aquella mañana había decidido salir a dar una vuelta y hacer
algunas compras sola. Ni siquiera me había llevado a Sam conmigo que estaba
jugando en el jardín trasero con mi pequeña sirenita, o más bien ella estaba
jugando con él. Me encontraba apoyada contra el marco de la puerta que daba
precisamente al patio observándolos. En aquellos momentos me daba cuenta de
todo lo que tenía, cuánto lo apreciaba y cuánto me dolería perder todo eso… Eso
también hacia que mis ojos se nublasen mientras pensamientos sobre mis padres
biológicos cruzaban mi cabeza, y es que… ¿Habrían sentido el mismo miedo, la
misma tristeza, desazón que me imaginaba que sentiría si perdía a Ariel?
Imaginaba que sí y sólo por ello, porque podía hacerme una idea de cómo debía
de ser aquellos sentimientos, quería encontrarles para al menos decirles que
estaba bien, que seguía viva y que mi nueva familia, una familia que era
maravillosa me estaba cuidando tanto a mí como a mi hija como si fuéramos de su
propia sangre.
Un toquecito en uno de mis hombros me hizo volverme para
encontrarme con los profundos ojos verdes de Hans que me miraba. – ¿Qué haces
ahí parada? – Me encogí de hombros antes de acercarme hasta mi hermano y
dejarle un beso en la frente.
- Miraba a Ariel. Voy a ir al centro a comprar algo de
ropa y tomar algo… ¿Te apuntas? Podríamos ir a comer en alguna pizzeria… - Le
tenté con una pequeña sonrisa en el rostro a sabiendas de que amaba comer
Pizza.
- Pues… Iba a echarme una partida al GTA, y ya sabes que
no me gusta ir de compras. – En su rostro apareció un mohín que me hizo
sonreír. – ¿Te llamo luego y comemos juntos? Me ha gustado la idea de la pizza,
y Anna y Dani van a ir al cine con Ariel. – Se encogió de hombros. Eso
significaba que no le apetecía nada ser el único que se quedase en casa sin
salir.
- Me parece bien. – Contesté entrando en la cocina y
quitando la mirada de Sam y Ariel. Sabía perfectamente que no iba a pasarle
nada, sobre todo teniendo al can con ella, pero eso no quitaba que en ocasiones
tuviera la necesidad de tenerla bajo mi radar en todo momento. Quizás en cierto
modo estaba influenciada por mis propias vivencias. Le oí alejarse y momentos
más tarde subir a toda prisa las escaleras y caminar por el piso superior. -
¡Mamá! – Grité al tiempo que me movía por la casa buscándola hasta dar con ella
en el salón - ¿Puedes echarle un ojo a Ariel? Voy a hacer algunas compras en el
centro. – Asintió con la cabeza dedicándome una pequeña sonrisa antes de que yo
desapareciera en el pasillo. Fuera hacia un día espléndido así que ni siquiera
me molesté en coger el abrigo o un paraguas. ¡Por amor de Dios! Estábamos a
principios de agosto… Lo que me recordaba que posiblemente todo aquel misterio
que rodeaba a mi familia se debía a que faltaban escasos días para mi
cumpleaños.
Mi cumpleaños. Otro de los muchos misterios que me
rodean. Quién sabe si realmente tengo casi veintitrés años y si sólo es una
aproximación. Cuando me encontraron no llevaba ninguna identificación encima y
si no recuerdo mal se guiaron por diferentes estudios que me hicieron para
aproximarse a mi edad… Ni siquiera recuerdo el día original en el que nací, si
celebro mi cumpleaños el 5 de agosto es porque fue el día en el que desperté
del coma hace casi siete años y me parecía lo correcto; el día que volví a
nacer.
Mis ojos verdes se alzaron hacia el cielo cuando cerré la
puerta tras de mí antes de bajar los escalones, pasar el pequeño jardín
delantero y cerrar la verja que separaba la casa de las demás y de la acera.
Esa sensación de que alguien me vigilaba volvió a invadirme haciendo que por
enésima vez desde hacía unas semanas mirase calle arriba y calle abajo antes de
echar a andar. Lo peor de esa sensación es que no desaparece por muchos metros
de calle que recorras o muchas esquinas que gires, por muchas vueltas que des.
Al final llegué a la boca de metro más cercana aliviada en cierto modo de poder
mezclarme con la gente mientras bajaba las escaleras. Tanta gente a mí
alrededor en lugar de agobiarme me producía un alivio enorme porque esa
sensación se desvaneció en el mismo instante en que puse un pie en el andén. No
obstante parecía que había bajado con demasiadas prisas puesto que choque
contra una pareja que prácticamente enseguida me fulminó con la mirada. –
Disculpen. – Menté mientras me alejaba de ellos y negaba con la cabeza. Vamos,
hombre, tampoco hacía falta mirarme de aquella manera, ¿no? Les eché un último
vistazo antes de dar unos cuantos pasos. Los acordes de una guitarra inundaban
el lugar y antes de darme cuenta noté que el hombre había dejado de tocar el
instrumento para mirarme directamente.
- Usted es la chica del chico Hendrix. – Y juraría por la
forma en cómo me estaba mirando que no me equivocaba al pensar que me lo decía
a mí. ¿Hendrix? Recordaba haber oído algo sobre ese apellido pero ahora mismo
no lo ubicaba demasiado bien. - Una
propina como aquella no se olvida señorita… - Fruncí ligeramente el ceño. ¿De
verdad acababa de reconocerme? Mi cerebro se disparó y aunque tenía la pregunta
en la punta de mi lengua en ningún momento salió de entre mis labios, entre
otras cosas porque precisamente en ese momento apareció el metro que debía
coger. En lugar de hacer la pregunta le sonreí amablemente antes de darle unas
cuantas monedas que llevaba encima y entrar en el vagón.
Últimamente me pasaban tantas cosas extrañas que empezaba
a pensar que había alguna cámara oculta en algún lado. Eso o que estaba en el
lugar que me correspondía. Cuando me habían encontrado no habían sabido decir
con exactitud de que parte de Europa era. ¿Y si todo aquel tiempo había sido
inglesa sin saberlo? Me senté en uno de los asientos llevándome incluso una de
mis manos a la frente. Empezaban a ser demasiadas cosas sin sentido aparente
pero que podían acabar teniéndolo. Fue una suerte que a pesar de todo estuviese
pendiente de las paradas y bajase en la que me tocaba precisamente a mí. Subí
lo más rápido que me lo permitieron mis piernas las escaleras hacia el exterior
tomando una gran bocanada de aire. Sentía que la cabeza iba a empezar a darme
vueltas si seguía pensando en ello. Cuánto más pensaba en todo lo que me estaba
pasando cuando más lo hablaba con Hans que se había convertido en algo así como
mi confidente, más sentido parecía tomar todo.
Sentía que estaba tan cerca de encontrar lo que llevaba
tantos años buscando que el vértigo en mi estómago no tardó en hacerse notar.
Miedo y emoción a partes iguales, aunque una parte de mi quería correr, huir
lejos y refugiarse en la seguridad que me había dado mi familia, los
Fitzsimmons y mis hermanos. Volver a California y a su calor, a las playas, el
surf… Sin embargo la otra parte me decía que no fuera cobarde y me enfrentase a
lo que fuera que tuviese que venir, como había hecho siempre.
Una gota de agua cayendo sobre el dorso de mi mano fue lo
que me sacó de mis cavilaciones y me hizo levantar la mirada. ¿Cuándo había
desaparecido el azul del cielo para tornarse gris? Ni siquiera me había
percatado de que la brisa era mucho más fría que cuando había salido de casa. A
esa solitaria gota le siguió otra, y otra, y otra más, hasta que la lluvia
empezó a descargar toda su furia sobre Londres. La gente que como yo no llevaba
paraguas empezó a correr para refugiarse del agua. Me quede parada quizá más tiempo
del necesario antes de hacer lo propio. Ni siquiera me molesté en poner el
bolso sobre mi cabeza como veía hacer a muchos. ¿Qué maldito sentido tenía
aquello sí de todos modos me iba a mojar igual? A pocos metros de distancia
había un portal que fue precisamente donde me dirigí precipitándome en su
interior.
Me apoyé contra la pared del mismo. La ropa mojada contra
mi piel pesaba mucho más de lo normal y no pude evitar maldecir el no haber
cogido un paraguas antes de salir de casa. Mira que sabía que el tiempo en
Londres era bastante caprichoso, pero una parte de mi había creído que el sol y
el cielo despejado de aquella mañana iba a permanecer así todo el día. Me
equivoqué. El ruido de la lluvia contra el asfalto y la acera era todo lo que
escuchaba además de los coches y el agua salpicando contra el bordillo. Mis
cabellos húmedos se me pegaban contra el rostro apartándomelos con una de las
manos mientras viraba la mirada hacia la calle. Fue entonces cuando otra figura
entró en el portal donde me había refugiado. Sus cabellos probablemente claros
estaban oscurecidos a causa del agua mientras se pasaba una de las manos por el
mismo y se apoyaba en la pared frente a mí a medio metro de distancia, quizás
un poco más.
No fue hasta que levantó la mirada hacia mí y me encontré
con aquellos ojos claros clavándose en mis pupilas, que ocurrió. Sentí como si
las piernas me fallaran y como si me quedase sin respiración. El corazón empezó
a bombearme con fuerza dentro de mi pecho y el pulso se me aceleró de tal
manera que mis manos empezaron a sufrir un ligero temblor. Era como si me
hubieran dado un latigazo. Como si algo se hubiera instalado dentro de mi
cuerpo. Era como si mi subconsciente, allá muy dentro de mi cabeza, en lo más
hondo, hubiera estado esperando ese momento durante mucho tiempo. Esos ojos.
Esa mirada que me atravesaba. Un extraño calor me invadió el cuerpo entero
naciendo en mi corazón y extendiéndose hasta las puntas de mis dedos,
atravesando cada parte de mi cuerpo, dejándome con una sensación de paz, de
amor que solo había sentido cuando había cogido a Ariel por primera vez en
brazos.
Amor a primera vista lo llaman. ¿De verdad me estaba
pasando eso a mí? ¿Con un simple cruce de miradas? Algo muy dentro de mí me
decía que había algo más tras todos aquellos sentimientos, algo que le podría
dar un sentido y una lógica al sentirse tan irremediablemente atraída por una
persona con la que ni te has cruzado una sola palabra. ¿O me había cruzado ya
alguna palabra con aquel extraño y ni tan siquiera lo recordaba? Que tu vida
fuera una página en blanco tenía esa clase de inconvenientes. No aparté la
mirada, me sentía incapaz porque no quería romper esa conexión que estaba
sintiendo. No quería perder eso… - Lo siento… - Musité en un determinado
momento sin saber cuánto tiempo me había quedado plantada mirándole fijamente,
aunque él tampoco había apartado la mirada en ningún momento. Rompí el contacto
visual y algo frío me invadió así como una necesidad casi enfermiza de volver a
establecer esa conexión, y aunque me costó más de lo que estaba dispuesta a
admitir, mis ojos se desviaron hacia la calle y la visión de la lluvia caer.
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