¡Y me la otorgaron!
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¿Libertad? Aunque todo el mundo pudiera pensar que una
persona de su standing era libre, muchos se equivocaban. Rose sabía
perfectamente que gozaba de la misma libertad, que los sirvientes y doncellas a
los que su madre miraba como si fueran una mosca a la que había que aplastar.
Solo eran algo que usar en su beneficio. Ni siquiera entendía realmente, como
siendo hija de su madre ella podía ser tan diferente y tratarlos casi como a
iguales. ¿No lo eran? ¿Qué importaban a veces las clases sociales? Ese punto de
rebeldía era algo que molestaba sobremanera a su madre, después de todo la
hacía un tanto incontrolable. Rose, sin embargo, había llegado a la conclusión
de que había sido precisamente la presión que habían ejercido sobre ella con
toda la educación que le habían inculcado y las cosas que le exigían habían
conseguido que sacase precisamente esa rebeldía.
La última obligación a la que se había visto sometida era
casarse con Caledon Hockley, un empresario del metal que podía sacarla a su
madre y a ella de las deudas en las que habían quedado sumidas cuando su padre
murió. La joven podía notar una nota de irritación en la voz de su madre cuando
alguien sacaba el tema de su padre, aunque ante los demás sabía disimularlo
bien, pues claro, todo aquello había tenido que quedar guardado en secreto.
Posiblemente de haberse filtrado gracias a uno de sus criados y doncellas, su
madre se hubiese asegurado de que recibieran un castigo acorde con el “delito”
realizado. Sólo pensar en aquello le producía cierto malestar a la joven de
cabellos rojizos.
Ni siquiera él sabía el problema en el que estaban metidas.
Él... Él en esos momentos era su otro problema, aquel que la
privaba de libertad. Su madre siempre alegaba que todo aquello era culpa de su
padre, de las deudas con las que las había dejado, pero eso no quitaba que cada
vez que sacaban el tema de su compromiso (cosa que solía hacer su madre) la
hiciera sentirse responsable de su situación. Claro, chantaje emocional. Su
madre usaba sus emociones para hacerla sentirse culpable ya fuese por su forma
de tratar a Hockley, por su evidente falta de entusiasmo ante la boda... y
siempre culminaba aquellas charlas diciéndole que si no cumplía el compromiso y
se casaba con Caledon ellas dos acabarían arruinadas. “¿Es que quieres ver a tu
madre trabajando” era una de las muchas cosas que le decía. Todo con el fin de
hacerla sentirse mal.
Precisamente lo peor de estar en un barco, del que como era
lógico no se podía ir muy lejos y solo podía estar en determinados sitios (en teoría,
claro), era que no podía deshacerse con facilidad de ninguno de los dos. En
especial de Cal, que mandaba a su guardaespaldas todo el día detrás de ella y
eso que prácticamente acababan de embarcar. ¡Cómo si se fuera a perder en el
barco! ¡Por Dios! Al menos parecía que en aquella ocasión no la habían seguido
ninguno de los tres, ni siquiera el guardaespaldas, aunque estaba prácticamente
segura de que en cualquier momento aparecería, creyendo que sabe ser discreto y
hacer su trabajo.
Sonrió ante aquel último pensamiento durante unos segundos
sin pararse apenas a pensar en ello, al tiempo que se apoyaba en la barandilla
del barco y dejaba que la brisa marina diera contra su rostro. Por primera vez
en aquel día se podría decir que se sentía tranquila y relajada, sin nadie
revoloteando a su alrededor. Y solo por un instante sentía que no estaba en
aquella jaula de oro donde la tenían encerrada, con la sensación de que se
asfixiaba y privada de la libertad que ansiaba.
Después de todo, seguía esperando el día en que la vida
tuviera algo más que ofrecerle que lujos, obligaciones, protocolos y fiestas
aburridas. Seguía esperando aquella chispa en la vida que la hiciera vibrar,
que la hiciera feliz de verdad. En definitiva, seguía esperando que su vida no
fuese el simple transcurrir de los días.
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