La noche ha llegado y el salón de
tercera clase se llena de música céltica. La tocan un grupo de pasajeros
irlandeses que no se conocen de nada pero han decidido juntarse y tocar música
para amenizar la noche, para animar al resto y hacernos olvidar durante unas
cuantas horas cual es nuestra posición en el mundo y que muchos de nosotros a
lo mejor acabamos en la más grande de las miserias. La flauta, los tambores, el
violín, la mezcla de esos instrumentos y otros más, llena el aire de música. Lo
llena de magia. Esa magia que sólo puede transmitir la música.
Sentada en una de las mesas con un
vaso de agua delante los observo con atención y veo por el rabillo del ojo como
algunos pasajeros se animan a subir a la tarima que hay justo en medio de la
estancia y se ponen a bailar. Otros ni siquiera suben allí arriba, sino que se
ponen a bailar siguiendo el ritmo en los huecos donde hay pocas mesas, en
cualquier sitio donde encuentren espacio. La música vibra. Llena el
espacio. La alegría se nota en el ambiente y es como si todo cobrase otro color
y otra intensidad. La noto vibrar dentro de mi cuerpo, noto la música recorrer
mis venas, y las notas musicales en cada poro de mi piel. Me hace sentir más
viva, más plena, más feliz. Todas las desgracias de mi vida y de mi existencia
han desaparecido de mi mente gracias a ese sonido, a esas notas… A ese toque
celta que ha invadido este pequeño espacio del transatlántico.
Me levanto llevada por esa
sensación que me está invadiendo, que está en cada centímetro de mi cuerpo y
que me dice “hazlo, levántate y sigue el ritmo de la música”. Noto la mirada de
Asier, curiosa sobre mí cuando me ve levantarme y me vuelvo hacia él. -
¡Vamos! – con un gesto de la mano le insto a levantarse conmigo, pero en su
cara noto contrariedad. La pequeña Alice, que había permanecido sentada junto a
él se levanta y sale corriendo y dando brincos entre la gente.
- ¡Alice! – su hermano la llama
pero su voz se ve ahogada por la música, las risas de la gente, el rumor que
recorre aquel pequeño salón. Se levanta y la busca con la mirada y luego clava
sus ojos azules en mi suavizando los gestos de su rostro casi de forma
inmediata.
- Déjala… No le va a pasar nada.
- ¿qué va a pasarle en un espacio tan pequeño? Pudiera ser que nosotros seamos
las personas más ávidas, más listas y en según qué situaciones, los más
canallas del estrato social en el que se divide la sociedad, pero en un momento
como el que estamos viviendo nadie va a hacerle daño a una niña inocente que
simplemente se ha mezclado entre el gentío que baila y disfruta de la música.
Le miro durante unos segundos más antes de alejarme y decidir seguir yo también
ese ritmo frenético que invade mis oídos y me llena el alma de dicha. Aunque
Christopher me dio clases de baile nunca se me ha dado demasiado bien, ni
siquiera sé los pasos a seguir de la canción que están tocando. ¡Espera!
¿Alguno de los presentes lo sabe? “Déjate llevar por la música, Valerie.
Siéntela dentro de ti y simplemente fluye con ella”. Cierro los ojos allí en
medio de la habitación. Sigo oyendo la música, sintiéndola vibrar por todo mí
ser. Sigo oyendo las risas, las palabras, los gritos. Sigo sintiendo la
felicidad en el aire como una niebla invisible que lo está cubriendo todo. Me
dejo llevar por lo que estoy escuchando y me empiezo a mover durante al menos
un minuto antes de abrir los ojos.
Le veo entre la gente y puedo
captar una sonrisa en su rostro. Posiblemente la más sincera que he visto desde
que le conozco. Tiene sus ojos clavados en mí y no borra la sonrisa mientras yo
muevo los pies, los brazos y doy vueltas al ritmo de la música. Levanto la
mirada al techo de madera blanca mientras doy otra vuelta más antes de volver a
bajar la mirada pero ha desaparecido de mi campo visual. Le busco entre la
gente sin dejar de moverme ni un segundo. Tengo la sensación de que aunque
quiera pararme seré en incapaz y es entonces cuando aparece de la nada junto a
mí.- Estás loca, ¿lo sabías? Pero
aún y así eres adorable. – susurra como si tuviera miedo de que alguien pudiera
oírle decir esa última palabra, aunque lo dice en un tono lo suficientemente
alto como para que yo le oiga.
- Las mejores personas lo están,
¿recuerdas? – se echa a reír nada más oírme y la risa se me contagia. La música
ha parado y me encuentro parada ante él que mira por encima de mi hombro
posiblemente buscando a su hermana. – Estará bien. Es muy espabilada. – como casi
todos nosotros a su edad. No nos queda otra si queremos vivir en la sociedad y
en las condiciones en las que nos ha tocado vivir. La vibración vuelve a la
vida, la noto en los pies casi antes que sentir la música en mis oídos. Vuelvo
a tener la misma sensación que momentos antes, esa vida y como si todo en ese
lugar tuviera otro tono, más alegre. Es agradable olvidar que somos pobres, que
puede que mañana vivamos bajo un puente con la única compañía de las ratas y
otros vagabundos. Es mágico que algo tan simple como la música te haga
olvidarte de tu condición y te haga ser la persona más feliz del mundo.
Sin miedo a que me rechace o me
suelte bruscamente le tomo la mano y aunque al principio me mira contrariado y
con el cejo fruncido al final sonríe. – No sé me da bien bailar – me dice sin
borrar la sonrisa divertida de su rostro mientras mira a nuestro alrededor, a
otras parejas, a esa mezcla de personas de todas las nacionalidades que hay y
que bailan sin importarles nada más que la felicidad que están sintiendo en estos
momentos.
- Sólo déjate llevar por la
música. Siéntela dentro de ti y muévete. ¡Yo tampoco me sé este baile! – parece
que le he insuflado algo de optimismo pues me toma con la otra mano de la
cintura con fuerza pero con delicadeza al mismo tiempo y empieza a deslizarnos
alrededor de la sala. Sonrío mientras me dejo llevar por él y por la música.
Somos pobres, no tenemos nada que ofrecer al mundo, nada que ofrecernos entre
nosotros más que la mutua compañía. No tenemos nada que perder pero mucho que
ganar. No tenemos una caja fuerte llena de fajos de billetes. ¿Quién dijo que
el dinero da la felicidad? Carecemos de toda clase de lujos y somos felices.
Felices con algo tan simple como unas notas tocadas por un músico que no busca
otra cosa que hacer feliz a los demás con su música. Allí arriba estarán en sus
salones lujosos con sus mejores galas y sus mejores joyas, pero, ¿sabes qué?, seguro
que no están disfrutando de un momento tan mágico y pleno como todas las
personas que estamos ahora mismo aquí reunidas. No, el dinero no trae la
felicidad.
Esta noche la zona de tercera
clase del Titanic brilla con luz propia. Tiene vida y supura felicidad. Una
felicidad que muy pocos entenderán. Nos tomaran por locos, pero mientras Asier
me lleva por ese pequeño espacio, pasando entre las otras personas que bailan
al ritmo de la música, no puedo sentir otra cosa que una plenitud en el corazón
que aquellos que creen tenerlo todo no experimentan del mismo modo que
nosotros.
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