Los suelos eran lustrosos, casi parecía que pudiéramos
vernos reflejadas en ellos. Viré el rostro hacia Theresa que estaba justo a mí
lado y pude ver en su rostro la misma sorpresa que posiblemente estuviese
dibujada en la mía. - ¿Las hermanas Miller? – Preguntó una joven mujer que se
acercó a nosotras. Mi hermana asintió y me dio un apretón en la mano que
manteníamos entrelazadas con fuerza. – Puntuales. A la señora le gusta la
puntualidad. – Enarqué una ceja con curiosidad mientras la observaba. Sus
cabellos estaban ocultos bajo la cofia de color blanco de la que solo salían algún
mechón de pelo rubio. El vestido que llevaba era negro de cuello alto, cuya
falda le llegaba hasta los tobillos. Todo ello complementado con un delantal de
color blanco. Así que así íbamos a vestir a nosotras… - Me llamo Mellanie. – Se
presentó finalmente antes de hacernos un gesto con la mano para que entrásemos.
– Os enseñaré un poco esto, es imposible aprenderse todos los lugares de
memoria de entrada, así que no os preocupéis. Somos casi cincuenta personas en
el servicio, tampoco hace falta que os aprendáis los nombres de todos ya, lo
más importante primero es saber los nombres de los señores y las señoritas. –
Nos guió por una enorme escalera cuya barandilla era de una lustrosa madera y
los escalones juraría que de mármol hasta el piso superior. – También es
importante que memoricéis enseguida como les gustan las cosas más cotidianas.
El desayuno, el té, que les vistan, les peinen, cosas así… - ¿En serio? ¿Solo
eso? Mi cabeza estaba a punto de estallar de la cantidad de información que me
estaba metiendo aquella joven en la cabeza así de primeras. Miré a mi hermana
de reojo y pude ver en su rostro el mismo estrés que me estaba invadiendo a mí
cosa que casi hizo que suspirase de alivio, al menos no era la única que
pensaba que iba a meter la pata de un momento a otro cuando me dejaran sola. -
¡Cuidado por dónde vas Toby! – Le espetó la mujer cuando vio al joven de
caballos castaños pasar con una bandeja y bastante prisa.
- Lo siento, Mellie. Las prisas ya sabes… - Pareció notar
nuestra presencia justo en ese momento y una sonrisa se dibujó en su rostro
mientras nos miraba. - ¿Sois las hermanas Miller? – Preguntó directamente a
nosotras. Yo siempre he sido la más impulsiva pero la timidez me ganaba la
batalla en ese momento y permanecí callada aunque sin quitarle la mirada de
encima. Tenía algo que hacía que quisieras saber más de él e incluso un halo a
su alrededor que te decía que era una persona de confianza.
- Sí, son ellas. Les estoy enseñando un poco la casa.
¿Por qué no sigues con tus tareas? Pareces un pasmarote ahí… - Pronto averiguaríamos
que Mellanie no era una simple sirviente. Era el ama de llaves de la casa, la
mujer que controlaba a todos los trabajadores en aquella enorme casa a
excepción del chófer que era cosa aparte.
- Sí, señora. – Noté cierto tono de broma en la voz del
muchacho que hizo que Mellanie frunciera el ceño y le fulminara con aquellos
ojos que poseía. Yo por mi parte tuve que llevarme una de las manos a la altura
de la boca para disimular la sonrisa divertida que acababa de salir en mi rostro.
Me miró unos segundos y sonrió divertido también además de guiñarme el ojo. No
hacían falta palabras: lo había visto. Le seguí con la mirada durante unos
segundos hasta que le perdí de vista al desaparecer tras una esquina. Mellanie
entre tanto había vuelto a hablar pero se podría decir que yo había
desconectado por completo y solo volví a conectar cuando noté que la mujer
volvía a caminar.
- … En el ala norte de la casa. Por supuesto no contamos
con los mismos lujos que ellos, pero no están mal. Tú compartirás habitación
con tres muchachas y tú – En ese momento me miró directamente a mí – Con otras
cinco doncellas. Si no os parece bien o nos caen bien os tendréis que aguantar.
Nada de lloriqueos, nada de pucheros, aquí somos doncellas, estamos para
servir, ayudar y hacer las tareas que nos pidan los señores, pero sin
quejarnos, ni mostrar lo cansadas que estamos. – Paró en medio del pasillo,
aunque no me hubiese dado cuenta nos estaba dirigiendo precisamente a la ala
norte de la casa. Su mirada volvió a hacerme sentir pequeña en medio de aquel
enorme pasillo. – La regla más importante es que aunque lo veamos y oigamos
todo, de puertas afuera de la habitación donde ocurran las cosas seremos ciegas
y sordas. Nada de chismorreos o cotilleos sobre los señores, sus familiares o
sus amigos, ¿entendido? – Asentí. ¿Qué otra cosa podía hacer? Incluso bajé la
mirada al suelo y la mantuve ahí el resto del camino hasta nuestras
habitaciones. Primero la de mi hermana y luego la mía donde había una muchacha.
Mellanie se despidió de mí cerrando la puerta tras de mí y dejándome con
aquella muchacha pelirroja y pecosa.
- Me llamo Jill, bienvenida. – Una sonrisa cándida asomó
en su rostro y casi de inmediato me relajé. Fue ella la que me mostró donde
estaban mis uniformes y la que me ayudo a vestirme esa primera vez. Lo que no
sabía yo por aquel entonces es que se iba a convertir también en una gran
amiga.
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